http://www.relatodelpresente.com/2012/12/al-margen.html
Entre las cosas que menos extraño de los ´90 son las fiestas sin
preocupaciones colectivas. El bardo era personal: la sola idea de tener
que tolerar quince dÃas entre preparativos y cenas infumables con
personas a las que hoy no les darÃamos bola ni en Facebook. Las peleas
familiares giraban en torno a decidir si la solterona de la familia lo
era por trola, por torta o por frÃgida, la cara de ojete del primo
cornudo y las tetas casi al aire de su ingrata esposa, el maltrato
disfrazado de buenos modales de la suegra, y la elección entre hijos
quilomberos o reprimidos emocionalmente. Y, mientras se degustaba una
cena impagable con champagne importado y regalos norteamericanos, se
puteaba a Menem porque no habÃa plata en la calle.
Hoy, por suerte, podemos hablar de otras cosas que nos alejan de la
insoportable levedad de nuestras vidas. Si en una charla de bar podemos
resolver la alineación perfecta para que la Selección gane el próximo
mundial, en una cena de nochebuena tranquilamente podemos armar dos o
tres revoluciones antes de que el abuelo se quede dormido. En la
nochevieja, antes de que nos saludemos por el año entrante, y en medio
del debate entre los que prefieren el lechón caliente y los que gustan
del porcino frÃo, solucionamos la inflación con doctrinas caducas,
arreglamos la inseguridad del paÃs matándolos a todos, y proponemos la
supresión de algún que otro partido polÃtico como teorÃa máxima para
eliminar toda problemática argentina.
AsÃ, mientras algunos opositores al gobierno -aun dolidos por la
inutilidad de quienes consideraban cuadrazos polÃticos- terminan
coincidiendo con Abal Medina en que los saqueos fueron organizaos por
Moyano, otros proponen un sistema de libertad que permita imponerles a
otros sujetos conceptos tan subjetivos como la moral, y el resto
sostenemos que con Perón estas cosas no pasaban.
Muchos consideran que el saqueo es una bestialidad injustificable bajo
cualquier punto de vista. Coincido. Pero coincido en la general. Que se
hayan generado las condiciones para que, una vez más, se produzcan
saqueos, no puede justificarse. Nunca pudo justificarse, del mismo modo
que no se puede explicar cómo puede haber desnutrición en un paÃs que
genera alimentos para 500 millones de personas y, según el último censo,
tiene menos habitantes que España. Pero pasa. Pero pasó. Pero puede
volver a pasar. Hoy, mañana, pasado, en cualquier momento, puede volver a
pasar.
Los parámetros personales aprendidos en el seno familiar, no nos sirven
para estas cosas. Decir que nuestros abuelos vinieron con una mano atrás
y otra adelante, y no por eso salieron a saquear, tampoco. No se puede
comparar una sociedad con una cultura del trabajo plena, entendida como
el camino para la concreción de los sueños personales, con esta
actualidad consumista. El sueño argentino de ver un ascenso social en
tan sólo una generación, se desvaneció para gran parte del paÃs hace
tiempo y en estos años no se ha hecho nada para revertirlo. No se puede
pretender que un tipo entienda el valor del esfuerzo cuando, primero, no
tiene dónde esforzarse y, segundo, no le sirve de mucho ya que tiene
que volver a un barrio al que sólo le faltan jirafas. No se puede ser
tan idiota de suponer que una familia puede quedarse en el molde durante
una década, sin laburar y cobrando chauchas y palitos, sea en las
changas, o gracias a la todopoderosa Anses, y con las ganas de consumir
lo que les ofrecen por todo los medios posibles.
Pero ahà están, gritándonos que El Modelo, junto a Papá Noel y los Reyes
Magos, son los padres. Ahà están los que duermen en la calle, los que
patean el tren, el bondi y el subte mangueando monedas, los que la miran
de afuera, los que nunca vieron a sus padres y abuelos laburar, los que
recibieron el decodificador para mirar los partidos en HD y no tienen
dónde, los que recibieron por toda educación un listado de derechos,
pero nadie les explicó la parte de las oblgiaciones, los que no pueden
discutir en paritarias el aumento del puñado de billetes que cobran de
arriba, como sueldo por ser pobres. Ahà están, diciéndole a Cristina que
aunque se mueva en helicóptero y hable con la gente sólo en los actos,
hay gente que realmente la está pasando mal y no tiene idea de por qué,
porque nadie les dijo cómo dejar de ser pobres, porque nadie se calentó
en generar un mÃnimo de condiciones para que haya igualdad de
oportunidades, que no es lo mismo que igualdad de poder adquisitivo. AhÃ
andan, ejerciendo por mano propia el derecho a ser feliz en un paÃs en
el que esta todo tan, pero tan bien, que no entienden por qué a ellos no
les llegó la bonanza.
Ya pasó Navidad y con ellas los saqueos. El lunes se termina el año y,
en cuanto se les pase la resaca, volverán a ser pobres. Al menos la
fantasÃa les duró unos diez dÃas y, como souvenir, les queda un LED de
varias pulgadas, en el que podrán ver en HD todas esas cosas que no
pueden comprar, porque no tienen con qué, porque no saben cómo se
consigue y porque, los que sà saben, son conscientes que no califican
para ello.
La batalla más dura de las que nos esperan, es la cultural. Suponer que
esto se arregla con polÃticas económicas y planes de contención,
califica para un examen de coeficiente intelectual. Cultura del trabajo,
lisa y llanamente, cultura del trabajo. Y para recuperarla no sirven ni
los planes cooperativas ni los talleres barriales, que tratan a los que
participan como si fueran deficientes mentales a los que se les monta
una ficción laboral. ¿O acaso suponen que esos tipos nunca vieron lo que
es una fábrica de verdad ni desde la vereda?
Y dentro de la batalla cultural, hay una lucha que es tan dura como la
de reimplantar la cultura del trabajo. Es la lucha interna, la de los
que no pasamos necesidades sustanciales porque laburamos, heredamos o ya
la hicimos toda. Es la lucha por la tolerancia, por la aceptación del
otro. Es hablar de conjuntos de personas con ideales, de individuos que
conforman un todo diferente al nuestro, y no de productos ideológicos
deshumanizados. No es lo mismo oponerse a un plan social porque sabemos
que no sirve para nada, que oponerse porque no queremos ver a un morocho
ni más allá del horizonte.
Hace catorce meses tuvimos elecciones. Muchos de los que votamos a
nuestros candidatos opositores -por convicción, o porque no nos quedó
otra- aún no nos atrevimos a exigirles explicaciones por oponerse al
gobierno en una cámara televisiva, y acompañar en una cámara
legislativa. Y nosotros, en la confusión generada por el gobierno,
creemos que exigir cuentas claras y explicaciones a quienes votamos, es
hacerle el juego al oficialismo cuando nos sugiere que, en vez de
quejarnos, ganemos elecciones. ¿Para qué queremos ganar elecciones, si
los que dicen oponerse andan entre la masturbación doctrinaria y la
indignación de cola de banco?
Sin embargo, propio de estos tiempos de extremos, la reacción ante el
fundamentalismo kirchnerista se muestra, también, de un modo casi
talibán. Otra que chiÃtas y sunitas. En épocas en las que necesitamos
ponernos de acuerdo en algo, los perfeccionistas de siempre pretenden
que todo sea color de rosa, según sus parámetros ideológicos y valores
morales, y siempre en sintonÃa con sus temores. Asà es como resulta
normal que haya gente que se ofenda cuando el oficialismo descalifica la
marcha del 8N porque estuvo la Pando, pero a la hora de acompañar al
sindicalismo a la Plaza de Mayo, les agarra una reacción alérgica.
Personas que no necesitan tomar sol para broncearse, ven a un negro y
putean al peronismo. Individuos que todos los dÃas gastan más que el
anterior, piensan que la única inflación fue la de AlfonsÃn. Gente que
no leyó un diario en los últimos 30 años, cree que los planes sociales
son un invento patentado en 2002. Y entre todos, nunca falta el más
peligroso de todos, el que todavÃa cree que con los militares estábamos
mejor mientras califica de dictadura a esta junta de impresentables que
algunos llaman gobierno.
Acá es cuando me surge una duda enorme, que hace más ruido que Máximo
tirándose bomba en una pelopincho: ¿Qué será de nosotros en el
post-kirchnerismo?
En serio lo pregunto, como también pregunto cuántos de nosotros estamos
realmente dispuestos a un paÃs inclusivo de verdad, tanto en lo social
como en lo ideológico, cuando esta farsa haya terminado del todo. ¿No te
gustan los que viven de arriba? A mà tampoco. ¿Dónde ponemos a los que
no conocen la relación esfuerzo-progreso? ¿Qué hacemos para revertirlo?
¿Estás dipuesto a revertirlo? Las preguntas no son en vano, porque los
de arriba, pronto se irán. Ahora, los que sobrevivieron como pudieron,
están. Los que no se enteraron que se puede progresar sin beber
eternamente la teta del Estado, existen. Los que abrazaron al modelo sin
tener la chance de kirchnerearse ni una caja chica, también, y son
muchos. ¿Qué hacemos con ellos? ¿Los expatriamos?
Si, encima, llevamos esto al plano ideológico, estamos al horno. Se
puede disentir en la ideologÃa, pero no se puede culpar a la misma por
lo que las personas hacen de ella. La sola idea de generalizar, me
genera rechazo. Si seguimos en este camino, pronto condenaremos al
catolicismo por ser la religión de Cristina.
Acá estamos, cerrando el año, yo escribiendo y vos leyendo. A veces
coincidÃs en todo, a veces en nada. Pero volvés. Y estás. Y me leés. No
soy un personaje, realmente soy peronista. No soy morocho, soy tan
blanco que en verano paso vergüenza, mido 1,90, no me como las eses, y
se leer y escribir. No vivo en el conurbano, no nacà en Ciudad Evita. No
me gusta la cumbia, ni andar en cuero por la calle. No tomo vino del
cartón, ni lo mezclo con jugo en polvo. Amo el choripan, igual que
todos. No me hicieron peronista mis padres, me hice solito. Debo
confesar que algo de masoquismo hay en esto, dado que nunca me sentÃ
oficialista. Pero no me hice peronista por las personas, me hice
peronista porque me enamoré de una doctrina plagada de ideales de bien
común, siempre en función del progreso personal, en la que el concepto
de autodeterminación, nacionalismo y soberanÃa no tienen sentido, si no
se tiene en cuenta a la única clase de hombre que importa para el bien
de la sociedad: el hombre que trabaja, el que tiene poder de trabajo y
quiere trabajar.
Por ahà no viene al caso, pero necesitaba decirlo. En estos tiempos
convulsionados, en los que cualquiera es blanco móvil para la puteada
-diga lo que diga- me abrazo a mis ideales más que nunca. Es lo que soy,
es en lo que creo, es lo que me llevó a escribir acá y a putear al
gobierno, es lo que hace que cada dÃa salga a la calle con ganas de
hacer algo. Y como yo, hay muchÃsima gente más, en cualquier partido
polÃtico y, muchos, sin afiliación ideológica.
Tal vez no se dan cuenta que esto, precisamente, es lo que llevó a que
las concentraciones del 13 de septiembre y del 8 de noviembre fueran tan
populares. Algunos cuatro de copas creen que desde una red social
movilizaron a la multitud. Otros, menos optimistas, sostienen que no nos
une el amor, sino el espanto. A mÃ, en cambio, me gusta creer que no
nos une el espanto, sino que nos hermanan los ideales. Porque antes que
las ideologÃas, están siempre -y deben estar siempre- los ideales.
Estos son mis principios. Si no les gustan, por suerte, no tengo otros.
Espero que tengan una excelente nochevieja y que arranquen el 2013 de la mejor forma posible.
Miércoles 26 de diciembre de 2012. Los Mayas se nos cagan de risa.
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