La pedanterĂ­a Kirchnerista



La movilizaciĂ³n de ayer tuvo esa autonomĂ­a de nuevo tipo que es la promesa de las redes sociales. Probablemente haya que acostumbrarse a que existe el territorio (donde los partidos despliegan una presencia fĂ­sica), los medios audiovisuales y ese tercer plano, en el cual ciudadanos bajo la influencia de los medios (¿cĂ³mo no estarlo hoy?) se autoconvocan. Sucede en muchas ciudades del planeta. No quiere decir, como se concluye con rauda sencillez, que sea obligatoriamente la forma del futuro. Imposible saberlo. Las manifestaciones del Mayo francĂ©s finalmente no impusieron su forma libertaria a la polĂ­tica, pero nadie duda de su impacto; tampoco las grandes insurrecciones estudiantiles en la California de los sesenta y setenta marcaron con su estilo a Estados Unidos, pero le trasladaron muchas de sus reivindicaciones. Aunque no miro las marchas por televisiĂ³n, en el caso de la del jueves, no tuve mĂ¡s remedio. Estoy a miles de kilĂ³metros de distancia. Por lo tanto, hablarĂ© de la televisiĂ³n y no de la marcha. La cronista de 6,7,8 Cynthia GarcĂ­a hizo el mejor servicio posible a los manifestantes y el peor a su causa. Los interrogĂ³ con una pedanterĂ­a que sĂ³lo parece concebible como caricatura de una profesora tomando examen a alumnos mal preparados o con la seguridad de que el careo es imprescindible para dejar al desnudo la culpable y penosa indigencia polĂ­tica del interrogado. Se permitiĂ³ todos las repreguntas, interrumpiĂ³ a sus entrevistados cada vez que intentaban una respuesta, les planteĂ³ problemas a los que ni siquiera podrĂ­a responder una parte considerable de la segunda lĂ­nea polĂ­tica y, ni quĂ© decir, tampoco podrĂ­an responder muchos de los que van al programa 6,7,8 o integran su panel estable. Ese programa fue a la marcha haciendo una autocrĂ­tica del silencio con la que habĂ­a acompañado la anterior del 13 de septiembre. Las autocrĂ­ticas valen, se hagan por cĂ¡lculo o por convicciĂ³n. Siempre es preferible una autocrĂ­tica, aunque la mala fe la distorsione. Dicho esto, la forma en que se desarrollĂ³ esa correcciĂ³n (es temprano para saber si se trata de tĂ¡ctica o estrategia) estuvo regida, no muy secretamente, por el desprecio hacia los manifestantes. Hay que tener una idea muy abstracta de lo que sucede durante una movilizaciĂ³n para pensar que es posible un interrogatorio preciso a quienes forman parte de ella. Me gustarĂ­a ver a Cynthia GarcĂ­a interrogada a su vez por alguien con mejor formaciĂ³n polĂ­tica de la que ella tiene, que le exigiera esa misma precisiĂ³n y le cortara la palabra cada vez que su entrevistador considerara que ha llegado el momento de dejar al descubierto la debilidad de sus ideas. Todos juzgarĂ­an que se trata de un acto supremo de despreciativa pedanterĂ­a o de superioridad mal fundada. En la primera marcha de las movilizaciones de 2008, D'ElĂ­a, un dirigente de experiencia, años en la calle y en las plazas, le tirĂ³ una trompada a un manifestante. En la marcha de ayer, un manifestante le pegĂ³ a un periodista. Hay que repetir ese plano de televisiĂ³n porque la polĂ­tica, incluso en el calor de una marcha, debe evitar el barrabrava organizado o el malevo de capas medias. Hace muy poco, el diputado AndrĂ©s Larroque fue capaz de aullar el insulto "narcosocialistas" durante una sesiĂ³n de la CĂ¡mara. DebiĂ³ haber tenido la prudencia que exige su cargo. A todos los ciudadanos se les puede pedir tanto como a Larroque, pero sin olvidar las diferencias que separan el cargo y la situaciĂ³n. Los que marcharon el jueves no fueron elegidos, no se representaban sino a sĂ­ mismos y para movilizarse lo hicieron sostenidos en su propia fuerza y las de una organizaciĂ³n virtual en las redes sociales. Entre la marcha de septiembre y noviembre aprendieron bastante en lo que concierne a las consignas (inventar consignas es parte de la polĂ­tica). Supieron encontrar una traducciĂ³n mĂ¡s interesante a su malestar. Hasta la llegada del micrĂ³fono de 6,7,8 no imaginaron que iban a rendir examen. Y no tuvieron tiempo de hacer un curso acelerado que incluyera la lectura de las leyes ni el anĂ¡lisis de los datos econĂ³micos. HabrĂ­a que haberle avisado a Cynthia GarcĂ­a que esos cursos de formaciĂ³n son los que tienen que hacer los polĂ­ticos y los periodistas especializados, para no correr el riego de que su ignorancia quede al desnudo si el destino invierte los lugares. La estrategia del interrogatorio de 6,7,8 podrĂ­a ocurrir en una situaciĂ³n inversa, si alguien tiene el coraje de atreverse: un periodista de un medio de oposiciĂ³n puesto a interrogar a manifestantes que han ido a un estadio para escuchar a la Presidenta. Se podrĂ¡ decir que los que integraban la marcha del jueves formaban parte de las capas medias y que, en consecuencia, era su deber estar mejor informados. Esto equivale a presuponer en las capas medias un saber polĂ­tico ausente o disminuido en otros sectores sociales, presupuesto que habrĂ­a que demostrar. EstĂ¡n, sin dudas, en mejores condiciones para instruirse. Pero no las aprovechan invariablemente. Y, cuando llega el momento, se sale a la calle por una decisiĂ³n sostenida en la experiencia. Los manifestantes estaban allĂ­ porque una serie de hechos se condensaron en un nĂºcleo de malestar. Muchos habĂ­an votado a la Presidenta y despuĂ©s recorrieron ese difĂ­cil camino, generalmente sin regreso, que es el de la desilusiĂ³n: votĂ© y no cumplieron las promesas. O mejor todavĂ­a: votĂ© y me equivoquĂ©. AdemĂ¡s, la cobertura de 6,7,8 pasĂ³ por alto lo que se puede hacer o decir durante una marcha. PerdiĂ³ toda nociĂ³n que respondiera a lo que es posible en un estado de entusiasmo o de indignaciĂ³n. SĂ³lo desde una perspectiva abstracta puede suponerse que marchar y discurrir razonablemente sobre programas y datos forman parte de la misma situaciĂ³n de discurso. Quien marcha, en todo caso, ha pensado antes de llegar a la plaza y sĂ³lo los especialistas o los periodistas estĂ¡n en condiciones de pensar mientras estĂ¡n en ella. Y los que miraban por televisiĂ³n a Cynthia GarcĂ­a, ¿quĂ© pensaban? Puedo decir lo que pensaba yo: si a mĂ­ me interrogaran, durante una marcha, pidiĂ©ndome las precisiones que exige esta mujer, no podrĂ­a responder con la coherencia necesaria para demostrar que estoy acĂ¡ porque tengo un saber completo sobre los motivos que me trajeron. Cynthia GarcĂ­a, libre de esta duda, decĂ­a: que pase el siguiente, porque usted tiene cero y yo soy la profesora y la heroĂ­na K de la noche. 6,7,8 olvidĂ³ que, cuando decenas de miles de personas se movilizan, sus motivos son de Ă³rdenes variados. Esto sucede con mayor evidencia cuando no existe una organizaciĂ³n polĂ­tica que proponga las consignas. Pero aunque esa organizaciĂ³n hubiera existido, cada uno de los manifestantes no estarĂ­a en condiciones de explicarlas ajustĂ¡ndose a la letra de las leyes o los detalles de los cambios que se reclaman. Hay que tener una visiĂ³n completamente extraterrestre de la polĂ­tica para imaginar que decenas de miles de personas pueden convertirse en profesores que han leĂ­do el Libro que las moviliza. Por eso la polĂ­tica es indispensable. Los senadores y diputados que firmaron un documento en el que se comprometen a impedir con su voto la reforma de la ConstituciĂ³n son la polĂ­tica. Las organizaciones de izquierda sin representaciĂ³n parlamentaria que tratan, muchas veces contra toda esperanza, de pensar el presente, son la polĂ­tica. La movilizaciĂ³n desborda estos marcos, pero, como se ha demostrado en todos los lugares donde se manifestaron los indignados con distinta suerte, no los suplanta. En todo el mundo hay algo nuevo en el horizonte. Sin embargo, todavĂ­a no conocemos la democracia de la desnuda necesidad ni la de los puros deseo

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