Tradiciones cambiadas

Este post está terminantemente prohibido para menores de siete años. Ojo, no diga que no le avisé.

Los habitantes del orbe solemos pasar sin escalas de infundir miedo, a crear ilusiones, para finalmente quedarnos anclados en el más aburrido de los olvidos, esperando la autopsia y el acta de defunción de nuestros mas queridos mitos.
Pase que le explico.
En alguna época lejana si se le caía un diente de leche usted lo ponía debajo de la almohada y a la mañana siguiente se encontraba con una moneda.  El Ratoncito de los Dientes, mas tarde apellidado Perez, había pasado con fines inconfesables, adquiriendo compulsivamente esas piezas dentales en desuso para vaya a saber que perverso destino. Algunos creen que molidos y blanqueados servían para darle el color característico que tiene la leche de soja, que todos sabemos que cuando se exprime es de color verde dólar, porque se trata nada más ni nada menos que de un simple yuyo que crece en cualquier parte.
Luego de las primeras crisis financieras las monedas cayeron en desuso y el pequeño roedor comenzó a dejar billetes, más tarde dólares, algunos gramos de oro, para finalmente pagar con tarjeta en seis cuotas con interés. Problemas con el alquiler y los impuestos lo llevaron final e inevitablemente a la quiebra, aunque recientemente algunos dicen haberlo visto recolectando cartones en las calles de Buenos Aires.


También si usted se portaba mal, la amenaza era que vendría a buscarlo "El hombre de la bolsa", una mezcla de gitano roba niños con vagabundo pervertido que usaba a sus víctimas para satisfacer sus más oscuros deseos sádicos, por no decir asesinos, que queda peor que sexuales.
Ahora nos lo robaron los super hombres del gran país del norte y lo llaman Boogeyman, pero antes era común verlo deambulando por las calles del barrio con su bolsa al hombro y preguntando a las vecinas más chismosas si había algún niño que llevar y destripar. Claro, usted se escondía debajo de la cama y al menos por dos días se portaba mejor que un angelito.
El último domicilio declarado por el vejete pervertido fue la Bolsa de Valores de Buenos Aires, donde ahora se juega todos sus ahorros con el Merval , índice que aunque suba o baje, gracias a las excepciones impositivas, siempre termina dejando algo de ganancia.
Intentó incluso una carrera política oficialista, pero fue acusado de crímenes de lesa humanidad, lo juzgaron, lo sobreseyeron, pero en el último gobierno lo volvieron a juzgar y lo condenaron a cadena perpetua o a cuatro años de probation, lo que se cumpla primero.


Pero otros de éstos personajes urbanos tienen fecha de validez y fuera de ellas nadie se acuerda de ellos.
Justamente ahora se nos viene encima esa época del año en que nos rodeamos de un sin fin de tradiciones que nada tienen que ver con el ficticio natalicio del muchacho de barba al que le echan la culpa de todo, mientras Santa Claus, Papá Noel, San Nicolás y los Tres Reyes Magos, están pensando en hacer huelga o colgarse del árbol más alto que encuentren en sus extensos recorridos alrededor del globo terráqueo.
Ellos no siempre fueron así, tan edulcorados y condescendientes. En Alemania el antiguo Papá Noel era más parecido al Hombre de la Bolsa que a otra cosa, ya que venía  con una varilla de sauce o cualquier rama flexible apropiada para su uso como látigo, para castigar a aquellos niños que se habían portado mal. ¿Regalos? De regalos ni hablemos, ya era un lujo comer cada día y no morir de una enfermedad a temprana edad. Con el tiempo al viejo maligno y sádico le ganó San Nicolás, un típico cura pervertido y manoseador de niños al que los pibes pedían todo aquello que querían como recompensa por haberse comportado bien todo el año. Como si no fuese su obligación, pequeños mocosos...
-Vení nene - les decía el borrachín- sentate en mi regazo que hablamos y si te portás bien y hacés todo, todo lo que te digo, te voy a dar un regalito...je,je...ya vas a ver...-
Sin dudas, durante la segunda mitad del siglo XX la fantasía de Papá Noel o de los Tres Reyes Magos eran tradiciones respetadas por todos y en todas las formas posibles. Son cosas que el comercio unificaba de forma tal que católicos, musulmanes y judíos, se daban la mano mientras contaban la guita facturada en sus respectivos comercios.
Por ejemplo: en los clubes de barrio se hacían fiestas multitudinarias, mezcla de celebración pagana, con palo enjabonado incluido y Carnaval adelantado por el calor reinante, en donde como "grand finale" existía la promesa de que en algún momento de la noche llegarían los susodichos personajes festivos volando por el aire, o si usted era medio reacio a las fantasías demasiado elaboradas o a los efectos especiales, los papás los hacían descender en un helicóptero que , por supuesto, usted jamás vería pues justo, justo, llegó cuando usted se había quedado dormido.
Claro, nos gustaba la magia del momento y de las tradiciones, casi como buscar los huevos de Pascua escondidos entre las plantas del jardín hasta alcanzar el inevitable ataque al hígado, pero lo que realmente ayudaba mucho era que usted no veía a sus padres comprando los regalos, envolviéndolos o escondiéndolos de su mirada. 
En la actualidad los chicos acompañan al shopping a sus padres y elijen el modelo que deseen de cualquier cosa. Incluso los de cuatro años ya saben manejar la tarjeta del padre y en cuantas cuotas le conviene financiar la compra, mientras que los de cinco ya lo hacen mediante el carrito por Internet.
Nada de escribir una cartita, ni de dejarle un pequeño snak al viejo gordo con renos, o pastito y agua a los camellos de los tres monarcas paseanderos. No, ahora abren los regalos veinte días antes porque la mamá los puso como decoración al pie del arbolito porque quedaba más lindo. 
-Y andá a comprar otros nuevos para cuando llegue navidad ¡eh?-
¿O será que los padres quieren comprar el amor de sus hijos con esos regalos y no piensan ceder un sólo mérito a un viejo gordo y sus tres secuaces que siempre llegan diez días tarde?
En el momento apropiado mis viejos, como los de todos, tuvieron que confesar que los Reyes y Santa eran ellos. Yo ya lo sabía, pero tenía miedo de que a partir de esa revelación me dejaran de hacer regalos y por esa misma razón mi primer pregunta fue si la aceptación del hecho implicaba la inminente pérdida del beneficio. 
Claro, a los dieciocho años uno ya entiende mejor las leyes de la vida y se adapta a todas las decepciones que inevitablemente le traerá la misma.
En mi familia cercana ya no quedan tantos niños pequeños, así que lo que les cuento es por observaciones sobre extraños, o sea, por haber andado espiando, de puro chusma que soy, al resto del mundo con total descaro. 
Parece que ya no quedan chicos que se crean el pequeño engaño o los adultos son tan pero tan pelotudos que no se toman el tiempo de recrear la fantasía, tal vez impulsados por la egoísta necesidad de figurar como el innegable y exitoso adquiriente de todos los regalos. Así se generan pequeños engendros mutantes sin ilusión, predispuestos al mal manejo de las frustraciones (pues todo lo consiguen sin hacer esfuerzos ni valorar el que hacen los demás para conseguirlo) y con un adelanto madurativo que no los ayudará en la vida para nada. Habrán perdido la inocencia tempranamente en pos de un supuesto adelanto cognitivo
.

Yo, de puro ingenuo consuetudinario, apenas hace dos meses me di cuenta que el perro que teníamos cuando era chico había muerto. Mis viejos me dijeron que se lo habían regalado a un señor que tenía un campo con ovejas y el perrito (que era una bestia sin freno) era feliz corriendo detrás de todas y cada una de las lanudas conjuradoras del sueño. Pero no me siento un pelotudo (ningún pelotudo se da cuenta) no, por el contrario creo ser afortunado por haber tenido padres que cuidaban de mi pobre cabecita haciendo que mi infancia fuera mucho más parecida a un cuentito de hadas que a un video juego que salpica gotitas rojas sobre la pantalla.
No sé ahora, pero los viejos decían "Que disfrute , (pobre animalito) que de grande ya va a tener que sufrir bastante" que sería una traducción libre del "Los únicos privilegiados son los niños" del clan Perón.


Si, usted tiene razón, los medios de comunicación despabilan a los críos demasiado pronto aunque los padres se opongan y nadie parece supervisar los contenidos que atraviesan el éter hasta penetrar por los ojos a las pobres criaturas, ¿pero sabe qué ? los chicos a la larga creen mucho más en la palabra de papá y mamá que en lo que les escupe la tele o el computador, más aún cuando somos coherentes, los llevamos a depositar las cartas al correo y las ven entrar en el buzón, sólo reciben los regalos pedidos si se han portado bien y sorpresivamente en sus zapatitos aparecen otros regalos a cambio de pasto y agua que por arte de magia parecen haber desaparecido en una orgía camélida en medio de la noche. 
Unos buenos padres y algunos hechos tangibles pueden derrotar a los medios y su bombardeo haciendo de la infancia de nuestros niños un lugar menos tecnológico y más mágico. 
Si usted está a tiempo, inténtelo, los chicos se lo van a agradecer. Sobre todo cuando lleguen a ser grandes.

Taluego.






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