Hebe abandona en el camino a viejos amigos


Hebe abandona en el camino a viejos amigos
Por Susana Viau. ESPECIAL PARA CLARIN

20/05/12

Pablo Schoklender ha comenzado a hablar. Su hermano, Sergio, que pedía a gritos prestar declaración, prefiere, en cambio, guardar silencio. Tácticas de la defensa.

Por lo demás, nadie sabe cuándo dejará Pablo de contar lo mucho que sabe de Meldorek, la sociedad que sirvió para desviar a bolsillos privados la tercera parte del dinero público destinado a la construcción de viviendas, o de Sueños Compartidos, la empresa regenteada por la Asociación Madres de Plaza de Mayo que recibió los 750 millones del Estado.

Tampoco es seguro que Sergio se mantenga en negativa hasta la eternidad.

Lo que parece seguro es que Hebe de Bonafini y las madres que la acompañan no saldrán ilesas de este proceso , por mucho que el juez Norberto Oyarbide, un hábil funambulista, haga equilibrio sobre el alambre para mantenerlas al margen del escándalo.

El apellido Bonafini, por lo pronto, figura en la lista de próximos indagados . Es que Alejandra, la hija de Hebe, tendrá que hacer un gran esfuerzo para justificar de dónde salió el dinero que le permitió comprar un departamento platense valuado, al parecer, en una cifra muy superior a sus posibilidades.

La presidente de Madres se mostró satisfecha con la detención de los hermanos Schoklender y del contador Alejandro Gotkin, titular de Meldorek, un individuo que, igual que sus compañeros de causa, tiene gustos más caros que los que puede solventar sin colisionar con el código penal. Son “traidores”, resumió. Sin embargo, perdió los estribos y cortó la comunicación telefónica cuando le preguntaron por la situación de su hija.

“No tiene nada que ver. No la nombren más. Son ustedes, los periodistas, los que le tiraron tanta mierda a mi hija y eso no se los voy a perdonar nunca”, dijo, encolerizada.

El canal CN23, propiedad del empresario “K” Sergio Szpolski, tomaba así de su propia medicina, experimentaba por primera vez los sinsabores que produce formular preguntas que no encuadran en los cánones del kirchnerismo.

La vuelta de Hebe de Bonafini a las primeras planas, la nueva salida a superficie de los oscuros manejos que rodearon la aventura industrial de uno de los más importantes organismos de derechos humanos, coincidió con un episodio que huele a descomposición, que habla a las claras de que una crisis terminal sacude a la organización. La adhesión de la Fundación Madres al kirchnerismo no había hecho sino juntar el hambre con las ganas de comer: ambos habían nacido bajo el signo de la incondicionalidad, exigiendo a sus seguidores una adhesión sin discusiones, sin dudas, sin distancias, sin fisuras.

Con la misma pasión con que había abrazado la lucha por el juicio y castigo a los culpables del genocidio, Hebe de Bonafini se puso – y puso al grupo de mujeres de las que era líder indiscutida – al servicio del “modelo” ético, económico y social que los Kirchner decían traer en sus alforjas.

No podía ser de otro modo: Néstor Kirchner y Cristina Fernández no estaban acostumbrados, ellos tampoco, a aceptar las medias tintas, en su mundo no existía lugar para los apoyos críticos: quien quisiera sumarse a sus filas debía hacerlo en cuerpo y alma.

Hebe hizo oídos sordos a quienes se atrevieron a susurrarle que el carácter transitivo no es aplicable a la política. Reclamó, por lo tanto, que aquellos que quisieran acompañarla debían tributar también al nuevo faro luminoso que se proyectaba desde Santa Cruz.

En el camino que la condujo a tener abono permanente en las plateas de la Casa Rosada adquirió relaciones internacionales y acompañantes con rango ministerial.

Perdió, en cambio, viejos amigos.

El último, fue el escritor y periodista Osvaldo Bayer quien, casi a las mismas horas en que Oyarbide comenzaba con las indagatorias a los Schoklender, hizo público que la sociedad de principios y de acción que formaba desde hacía largos años con Hebe de Bonafin i estaba definitivamente rota.

La dependencia absoluta del gobierno está consumiendo a los organismos, opinó Bayer y recordó que Hebe no había soportado su opinión de que no habrá democracia verdadera mientras sobrevivan las villas miseria, los pordioseros, los niños vagabundos, los gigantescos, ignominiosos bolsones de exclusión.

Según Bayer, la respuesta que, a través del teléfono, Hebe de Bonafini dio a sus preocupaciones fue sorprendente: “ están ahí porque no quieren trabajar ”.

Asomaba así el rostro secreto, desagradable, vulgar de una mujer desconocida, la misma que tiempo antes había echado de la plaza a un puñado de inmigrantes bolivianos al grito de “esta plaza es nuestra. Váyanse, hijos de puta”. Y fue el jueves último, en esa misma plaza, que Hebe condenó a quien, hasta ayer nomás, había sido su camarada. Lo hizo de manera brutal, en términos que nunca nadie se hubiera atrevido a usar contra el autor de Severino Di Giovanni y La Patagonia Rebelde, un hombre austero en su vida privada y dispendioso en la solidaridad con los ofendidos y los humillados.

Lo llamó “gorila” y lo acusó de cobardía porque a la llegada de la dictadura “huyó despavorido y se fue a Europa”.

¿Durante cuántos años había ocultado Hebe tanto rencor? ¿En qué lugar de su cabeza y de su corazón lo alojó el día que bautizó como “Osvaldo Bayer” el bar de la Universidad de las Madres? En un abrir y cerrar de ojos, Bayer había ido a parar al rincón de los indeseables, junto a los Schoklender y los Gotkin y quizá también junto a Ricardo Darín, incinerado por los medios oficiales luego de haber cometido la herejía de confesarse neutral. O al presentador Matías Martin que se atrevió a defender el derecho del actor a no abrazarse a ninguna bandera.

Los inquisidores, los fanáticos, los recién llegados al compromiso político argumentan que existen circunstancias históricas en las que la neutralidad es una deserción.

Y es verdad, pero son excepcionales.

Nada en estos nueve años, con sus luces y sus opacidades, con sus derroches de gestualidad nacionalista y sus parodias de estatización petrolera , alcanza semejante rango.

Hace unos días, mientras festejaba su cumpleaños con Mario Cámpora, Fernando “Pino” Solanas y un grupo reducido de amigos, otro periodista y escritor, Miguel Bonasso, repitió una frase de Friedrich Nietzsche que premonitoriamente había citado en Recuerdos de la Muerte: “Los antiguos colocaban estatuas delante del abismo para tratar de ocultarlo”. 

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