Síntoma / Relato del Presente

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El individualismo de quienes dicen sentirse parte de un todo amorfo al que definen como pueblo es el que sostiene, aún, ese experimento denominado El Modelo. Un grupo de conchetos aburridos con ganas de jugar al socialismo desde la comodidad de sus hogares ve que un Presidente hace bajar un cuadro de Videla y, de la nada, aparece la justificación mágica y perpetua de lo que venga. Un adolescente tardío, probablemente resentido por haber sido el puchingball de la secundaria, se siente líder de opinión desde una red social y, desde allí, se dedica a juzgar a los vivos y a los muertos con el resultado del partido bajo el brazo. Sin mayores conocimientos que los que le dan los medios a los que repudia, exhibe como todo justificativo que su padre, eterno buscavida, en los últimos años pudo cambiar el termotanque y el machimbrado de la cocina, luego de quedar en la lona durante el menemismo. Por prudencia, evita mencionar que la mala le vino por apostar por un retiro voluntario que invirtió en un videoclub, un parripollo o una cancha de paddle. Un par de tipos pueden casarse entre sí y, por un extraño mecanismo que los antropólogos sociales aún no han podido descifrar, este hecho les bloquea la percepción de la realidad. De pronto, los pobres son hologramas callejeros. La inflación, la inseguridad y la corrupción corporativista, son los padres, al igual que los Reyes Magos, Papá Noel, el Ratón Pérez y el peronismo de izquierda. 
Suponer que las situaciones mencionadas son producto del gobierno, es un error. El kirchnerismo no es un causal, sino un síntoma de una sociedad tan, pero tan individualista, que muchos creen que por haber cambiado el Renault 9 por un Corsa 2003 con GNC, el resto del país está de puta madre. Sacar un préstamo personal para pasarla mal con la familia amontonada en el metro cuadrado de arena que se consiguió en la Bristol, es sinónimo de bonanza ecónomica. Un LED de 42 pulgadas y un home theater adquiridos en quichicientas cuotas para escuchar compilados truchos de la Princesa Karina comprados al peruano de la estación de Banfield, nos coloca al nivel de Suecia.
El individualista percibe la realidad de modo proyectivo. Todo le resbala, pero busca otros hechos que él percibe como similares a los suyos para justificar su individualismo. De este modo, así como se siente en el paraíso progresista porque ya no tiene que ratonear una lata de Coca para ver fútbol en el mini de la estación de servicio, da por sentado que somos el faro de la reivindicación de los derechos aborígenes porque un puñado de mapuches ahora tiene una señal de televisión propia, aunque a otras comunidades aborígenes las encierren en ghettos varsovianos a la espera de que la muerte solucione el hambre o, en un acto de celeridad pragmática, directamente las revienten a corchazos. 
Es lógico que ante este comportamiento caprichoso, cuando recibe un "no" por respuesta, el individualista sienta que lo están cagando y pucheree pataleando en el piso por no poder entender que alguien les niegue lo que cree que le corresponde, porque sí, porque yo quiero, porque se me antoja. No interesa que la economía nos indique que para gastar hay que tener con qué, dado que no se trata de una teoría económica, sino de una cuestión de leyes de la física. No importa que el mundo jurídico occidental nos indique que sin pruebas físicas no se puede condenar a nadie. 
En cierta medida, todos -y por todos me refiero a todos- hemos caído en el mecanismo de sinapsis de la comunicación periodística, en la cual se puede juzgar y aniquilar a una persona sólo en base a los dichos y trascendidos de otras personas y fuentes confidenciales. En general funciona y la embocan, pero cuando de eso depende la libertad de un individuo, no se puede andar con chiquitas, si no poder judicial y periodismo serían sinónimos y uno de los dos no tendría razón de ser. Y nosotros, seres pensantes, no debemos dejarnos llevar emocionalmente por lo que nos dicen respecto de tipos a los que ni siquiera conocemos, ni tampoco ningunear a quienes sí los conocen, del mismo modo que no podemos opinar sobre lo que no sabemos. Entiendo que la todología es una pasión nacional y, así como todos somos directores técnicos tan humildes que no queremos agarrar ningún equipo para no humillar a los profesionales, también somos investigadores de primera y los mejores abogados que haya conocido el mundillo del derecho. Por supuesto, y al igual que los presentadores de Telefé Noticias, somos capaces de resolver un crimen ni bien se cometió, sin siquiera saber dónde queda la escena del mismo y, obviamente, mucho antes de que los peritos forenses se hayan puesto los guantes de látex. 
Esto es otro punto más que demuestra que el kirchnerismo no es el causal de todos los problemas de la sociedad, sino un síntoma, el pus que demuestra la infección: nadie sabe más de todología que nuestra Presi, una abogada tan exitosa que no sólo ha demostrado sus conocimientos en otros ámbitos como el de la química, sino que se ha dado el lujo de reinterpretar, desde su loca cabecita, todo el ordenamiento legal que, a duras penas, ha sobrevivido agonizantemente a lo largo del tiempo. Así, sin haber leído los fundamentos de un fallo, puede opinar sobre la gravedad institucional de liberar a tipos a los que no se les pudo probar nada. Y sin siquiera sonrojarse, es capaz de reivindicar el compromiso de su gobierno para combatir la trata de personas, a pesar de que el ministerio de Seguridad de Nilda Garré no se calienta mucho por caminar los 1200 puticlubs que existen en la ciudad de Buenos Aires, esa ciudad que, según El Berninauta, es la exclusiva competencia de la Policía Federal. Desde este humilde espacio, suponemos que encontrar esas cuevitas de sexo al paso debe ser muy difícil y que los pibes que empapelan a boligoma las paradas de colectivo y los teléfonos públicos son muy huidizos como para seguirlos, como también damos por sentado que el presupuesto del ministerio de Seguridad no alcanza para pagar las llamadas telefónicas a esos números que figuran en los anuncios.
El capricho individualista asoma ante quienes, con una negativa, los despabilan del sueño onanista. Así, es tan normal que la Presi pucheree porque la Corte le dice que no, como que un pibe diga que el profesor lo bochó, pasando por alto el pequeño detalle de no saber ni el nombre de la materia a la que se presentó a rendir examen. Y así como el púber tiene la cara como para decirle al profesor que sus padres son los que le pagan el sueldo, Cris les recuerda a los miembros de la Corte Suprema que están ahí porque ella y su difunto marido así lo quisieron. Capricho en su más puro estado. Un capricho tan mentiroso que hace que la Presi, en el mismo discurso, recuerde algo que nunca pasó: que durante la campaña electoral de 2007 sufrió el ataque de Clarín.
Esta especie de individualismo lleva a creer que siempre se tiene razón y que el mundo ha vivido equivocado, siempre y cuando no coincida con el pensamiento propio. Esto lleva a esa situación tan conocida por todos: hablar en nombre del pueblo o, en su versión más barrial, lo que la gente quiere. Como si mi tía Giuseppina del barrio de Flores, y mi ahijada Bilma de la escuela de Casira (Jujuy) pensaran exactamente lo mismo respecto de todo. Como si el sentimiento de pertenencia a una nación de esa masa de personas que habitan entre Chile, Bolivia, Paraguay, Brasil, Uruguay y el Atlántico Sur se diera en base a un inconsciente colectivo único. No coincidimos ni en el acento a la hora de hablar ¿Quién puede ser tan inocente como para suponer que vamos a coincidir en qué pensar? Tenemos costumbres distintas con el vecino de al lado, pero hay quienes dicen que el nacionalismo pasa por defender una cultura única desde Santa Catalina hasta Ushuaia y hasta cuestionan la influencia en nuestra cultura de la figura de Papá Noel, por tratarse de un personaje imperialista, como si Melchor, Gaspar y Baltasar hubieran nacido en el hospital Argerich. Y eso que no hay nada más argentino que la creencia infantil en Papá Noel: asumir que algo que nunca vimos es real porque cada tanto ligamos cosas pagadas por terceros que se ven obligados a poner parte de su salario para mantener la ilusión de los inocentes beneficiarios.  
Por estos días se habla de sumarle democracia a la justicia. La Presi, incluso, llego a afirmar que la dirección de las investigaciones policiales corresponden a los jueces. No sé si lo hace de cínica o de ignorante, aunque me inclino más por lo segundo: en casi todas las provincias del país, el proceso penal se desarrolla bajo el sistema acusatorio, donde la investigación está a cargo del Ministerio Público Fiscal, cuyo titular es propuesto por el Poder Ejecutivo. 
El hecho de que una Presidente hable de democratizar el Poder Judicial ya nos coloca el rótulo de país inviable, aunque la propuesta no prospere. Para elegir a un magistrado hay todo un proceso administrativo que, ya de por sí, da la suficiente participación a quien le interese hacerlo, con períodos para presentar impugnaciones y todo. Gracias a ese sistema es que pudimos notar a tiempo que el candidatazo que presentó Cristina para ocupar la Procuración General de la Nación, era un inútil todo servicio que pareciera haberse recibido de abogado en las academias Pitman y por correo. Ahora, si por democratización se refieren a que los cargos de jueces sean cubiertos con candidatos votados por padrón electoral, deberíamos bajar la persiana por cierre definitivo y liquidar lo que nos queda. 
Entre las paradojas de este país, tenemos que presenciar que el gobierno que más habla de democracia, sea el que más decisiones trascendentes ha tomado respecto de los destinos de los ciudadanos sin consultar nada a ningún interesado. Así como no nos consultaron si queríamos que nuestra guita se patinara en una AFJP o financiara la casa de préstamos en la que se ha convertido la Anses, tampoco nos consultaron si queríamos que un payaso que se siente Mel Gibson en Arma Mortal, sea quien decide los destinos de operativos de seguridad para los que no se encuentra calificado, ni mucho menos se calentaron en saber -oficialismo y oposición- qué opinábamos respecto de ese temita de la reforma de la ley de riesgos laborales ni del voto adolescente. 
Y antes de que me tiren por la cabeza con un "para eso tenemos elecciones", les pido que me cuenten cuándo fue la última vez que conocieron la plataforma de gobierno de alguien, que no es lo mismo que puntualizar promesas pedorras e imposibles de aplicar, o que me informen cuál era el quinto nombre de la lista de diputados que colocaron en la urna en la última votación. 
Aún no entendimos el concepto de república ni el de federalismo, el de democracia nos queda gigante. Hacer una fila y meter un papel en un sobre cada dos años, no es democracia directa ni indirecta, es un trámite que reconforta nuestra fantasía de creer que por votar somos libres, del mismo modo que algunos piensan que por ver a las Madres de Plaza de Mayo junto a Pocho La Pantera en un acto de Presidencia, significa que este es el gobierno de los Derechos Humanos. Nosotros no votamos, sólo legitimamos a un grupo de personas para que hagan lo mismo que hacían aquellos a quienes no elegíamos: lo que se les canta. 
Esto no es unilateral, es a dos puntas. Un gobierno integrado por personas que creen que un resultado electoral los autoriza a pasar por arriba de votantes propios y ajenos, es el extremo de un camino que tiene por inicio a un electorado que cree que por votar está gobernando. Un gobierno que hace lo que se le canta, no es el causal de todos nuestros males, sino tan sólo un síntoma de lo que padecemos.
Viernes. La vida es eso que pasa mientras elegimos a quienes nos la van a arruinar.

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