La respuesta a Horacio González que “Página/12” se ha negado a publicar
Horacio González está conmovido por el ascenso político del Frente
de Izquierda. Le preocupa todavía más que ese ascenso se desenvuelva en
el marco de la ‘chevron-repsolización’ del gobierno kirchnerista, o sea
de su derrumbe discursivo y práctico. Los ‘pesificadores’ se dolarizan;
la “puja distributiva” se ha convertido en el aumento impetuoso de la
nafta; los enemigos del ajuste se pasan alegremente al devaluacionismo
serial. Sobre esto, sin embargo, no habla. Tampoco sobre el pasaje
subrepticio de la cruzada contra el Alca al libre comercio para las
petroleras y a las indemnizaciones a la vaciadora Repsol, y del
‘desendeudamiento’ al re-endeudamiento febril. Después de predicar que
la izquierda es ‘funcional’ a la derecha, a González lo turba el
desarrollo de la izquierda como una alternativa política al kirchnerismo
y a la derecha. El kirchnerismo salteño está cerrando un acuerdo con el
romerismo y el olmedismo para impedir que el Partido Obrero asuma, en
su condición de primera minoría cómoda, la presidencia del Concejo
Deliberante de la capital de la provincia.
Como cabe al estilo de González, el punto de partida de su crítica
es amigable. “Compañeros de la izquierda, felicitaciones, pero no van a
conseguir nada si pretenden desarrollarse desde la premisa de la
‘bancarrota del capitalismo’. Semejante planteo es ‘catastrofista’, los
lleva al todo o nada y a un futuro que simplemente no existe. Tengo para
ustedes una salida al impasse en que los ha colocado vuestra victoria y
nuestra derrota: articulen con la ‘rica’ diversidad de la histórica
cultura de la izquierda. El mundo, Altamira, es un circo: sólo hay lugar
para animales domesticados”.
La bancarrota del macaneo
Horacio González se equivoca en las premisas y en las conclusiones.
Adolece de un defecto metodológico: interpreta la historia desde el
ángulo indeterminado de la ‘cultura’ y no desde la contradicción
hombre-naturaleza (fuerzas productivas) y la lucha de clases. Para
González, todo lo que es concreto resulta inasible.
La ‘bancarrota del capitalismo’, en primer lugar, no es una
‘intuición’: es la resultante histórica de la explotación del trabajo
asalariado. El movimiento socialista y el movimiento obrero se han
desarrollado, desde los albores del capitalismo, sobre la base de la
lucha de clase del proletariado contra la explotación capitalista. Con
este método, se crearon y desenvolvieron los grandes sindicatos y los
grandes partidos de la clase obrera. Horacio González integra, por el
contrario, una corriente política partidaria de la colaboración de
clases y de la integración de los sindicatos al Estado por medio de una
burocracia sindical.
González usa el ‘colapso del capitalismo’ como una coartada.
González rechaza la posibilidad misma del socialismo, que, a lo sumo,
podría funcionar como una ‘cultura’. Lo vive, por sobre todo, como una
pesadilla. Por eso justifica la indemnización prodigada a la vaciadora
Repsol, de la cual espera que allane los dos últimos años de la
presidencia actual bajo el paraguas del capital financiero; o la
neutralidad fingida que adopta ante el nuevo ciclo de endeudamiento
internacional. Lo acosa el fantasma de una nueva bancarrota.
Retirada estratégica
Para los pensadores ‘orgánicos’ del poder, un repudio de la deuda
usuraria o la nacionalización integral del petróleo sería, simplemente,
provocar ‘’la bancarrota del capitalismo’. Estamos ante una
intelectualidad asustadiza. Por eso asintió a la confiscación de los
fondos de la Anses y al saqueo del Banco Central para pagar a los
acreedores financieros. El pantano en que González ve al Frente de
Izquierda es en el que se encuentra el kirchnerismo, el cual busca
desesperado un socorro del capital financiero internacional para detener
la corrida contra el peso. El desarrollo del Frente de Izquierda y la
victoria del Partido Obrero sobre el peronismo en la capital de Salta
son el resultado de una confrontación política contra un gobierno que
planteó la ‘reconstrucción de la burguesía nacional’. La ‘bancarrota
capitalista’, que González exorciza bajo su exclusiva responsabilidad,
reaparece ante sus narices con la bancarrota económica y política de su
gobierno. Hemos crecido en las urnas, precisamente, como resultado de
una lucha consecuente contra la perspectiva ‘catastrófica’ que ha ido
pergeñando el kirchnerismo. El destierro de Guillermo Moreno, por un
lado, y la convocatoria a Jorge Capitanich, por el otro, representan una
retirada estratégica del kirchnerismo, que busca refugio en las “cuevas
de Yenán” del pejotismo.
González construye una versión metafísica de la ‘bancarrota del
capitalismo’. La representa como una especie de juicio final, lo cual le
sirve de consuelo. No la reconoce en la cadena de quiebras bancarias,
en el derrumbe de las finanzas públicas, en una deuda mundial faraónica
del orden del mil por ciento del PBI internacional. Tampoco en las tasas
descomunales de desocupación ni en la tendencia a la precarización
laboral y a convertir esta precarización en una esclavización del
trabajo asalariado. Menos la otea en el derrumbe político de gobiernos y
Estados -que se suponían sólidamente establecidos. Por eso no la
reconoce en el fracaso del kirchnerismo, que pretendió “reconstruir” a
la burguesía nacional y ahora convoca desesperado a los fondos buitres
-’a los Martínez-Fitch’ y socios. La disolución de la URSS ha dado paso a
la perspectiva de disolución de la Unión Europea. En Brasil, la caída
del multigrupo de Eike Batista, que barrió con un valor de capital de 40
mil millones de dólares en menos de lo que canta un gallo, es el
aperitivo de un rico menú de bancarrota. Para la cofradía de Carta
Abierta, el colapso capitalista de 2001/2, bajo el gobierno de sus
socios del Frepaso, fue un epifenómeno cultural. Desconoce la cesación
de pagos, la desaparición objetiva del sistema bancario y previsional, e
incluso, hasta un grado sin precedentes, del sistema monetario -como lo
atestiguó la circulación de dieciséis monedas diferentes. El punto de
anclaje de este derrumbe, la resistencia del mercado y el dinero
mundial, está puesta en cuestión por la presente crisis mundial.
Nuestra agenda
Los resultados del 27 de octubre y luego la victoria en Salta han
ampliado el campo de acción del Frente de Izquierda y los Trabajadores
-en una escala grande y a una velocidad llamativa. Ha crecido en forma
exponencial la atención que nos prestan los trabajadores y la juventud.
Esta es la conclusión principal, no los ditirambos que nos adjudica
González. Se ha abierto, entonces, una nueva etapa en la que la
izquierda revolucionaria conquiste una influencia de masas y en la que
su organización se nutra de contingentes numerosos de los mejores
hombres y mujeres de la clase obrera y de la juventud. La sencillez de
la conclusión aterra, simplemente, a nuestros adversarios políticos y a
su “círculo rojo”, la clase de los grandes capitalistas. La lucha por la
independencia y la democracia en los sindicatos se convierte, por esto,
en el lugar número uno de nuestra agenda. Expulsar a la burocracia y al
Estado de las organizaciones obreras convertirá a los sindicatos en una
gran levadura para la lucha de clases. Precisamente, nuestro método
será el histórico de la clase obrera: la lucha de clases, la agitación
de las reivindicaciones políticas, la pelea por los reclamos inmediatos,
la organización de los más avanzado/as y decidido/as, la construcción
de un gran partido obrero. No se trata de una proclamación, sino de una
agenda.
¿Adónde ha quedado confinada, se nos podrá objetar, en esta agenda,
la bancarrota capitalista? Pues que, a diferencia del período ascendente
del capitalismo, no estamos ante un régimen abierto a las posibilidades
de reformas sociales, sino de contrarreformas en todos los aspectos.
Tampoco estamos en el ciclo económico de la posguerra, sino en otro de
quiebras financieras y depresión económica. La ruta de la lucha de
clases del movimiento obrero será empedrada y abrupta en el marco de
crisis de poder; cualquier fantasía de desarrollo gradual y falsamente
‘pacífico’ está excluida. En los últimos ochenta años, dos o tres
gobiernos -sean civiles o militares- han cumplido su (auto)mandato.
González también recurre a la metafísica sobre la conciencia de
clase. Lo regocija su aparente ausencia. Pero el pasaje masivo de
electores obreros peronistas al voto al Frente de Izquierda y los
Trabajadores, ¿qué otra cosa es sino la peregrinación de los explotados
hacia la formación de una conciencia histórica de su propia situación?
Si no se tratara de esto, ¿por qué se inquieta González, que ahora tiene
-en el ataque al Frente de Izquierda y el Partido Obrero- la gruesa
compañía de Carrió, la camarada de ruta del ‘adinerado’ Prat Gay?
Es, precisamente, porque lo que está en juego es la conciencia de
clase que González nos recomienda que nos cobijemos en la “cultura de la
izquierda”; que nos dediquemos a estrangular el desarrollo de una
conciencia de clase. El, González, se reserva las grandes Copas: “la
cultura nacional”. Propone encerrarnos en un ghetto que reserve los
contingentes obreros que se referencian inmediata o remotamente en el
peronismo para los punteros pejotistas, sus furgones de cola
‘izquierdistas’ y la burocracia sindical. Nos invita a que juguemos el
‘éxito’ electoral a la desnaturalización obrera y revolucionaria de la
izquierda.
Cultura y tradición histórica
González no se ha dado cuenta de que el voto al Frente de Izquierda
no viene de los electores que profesan “la cultura de la izquierda”. La
mayoría de ellos han votado por el kirchnerismo, el cual precisamente ha
cooptado al partido comunista y al partido humanista, y a los Pérsico y
compañía. Los gobiernos de Cuba y de Venezuela no nos apoyaron a
nosotros, sino a Insaurralde-Insfrán-Capitanich. Otra parte de esa
‘cultura’ vota por Pino y Carrió (con Libres del Sur a la derecha de
esta pareja inédita). No se consigue el 30% de los votos en Salta, el
25% de los votos en las automotrices de Córdoba o el mismo porcentaje
entre los petroleros de la región norte de Santa Cruz y de Salta, o el
20% en las barriadas de La Matanza o de Las Heras y Godoy Cruz, en
Mendoza, cosechando en la ‘cultura de izquierda’. El Frente de Izquierda
conseguirá, como ya viene consiguiendo, los votos de la izquierda, en
el recorrido hacia la conquista de los trabajadores que, históricamente,
se han referenciado, en forma más cercana o lejana, en el peronismo.
Esto plantea la perspectiva de un nuevo movimiento popular dirigido por
la clase obrera y los socialistas revolucionarios.
Si la izquierda es reducida a una ‘cultura’, se ha convertido en
nostalgia, ha dejado de ser socialista y dínamo de la lucha de clases.
Es sinónimo de epitafio. La izquierda revolucionaria de la generación
actual se referencia en la izquierda y los luchadores obreros
históricamente ligados a la lucha de clases: la de la semana trágica, la
de la huelga general del Frigorífico Lisandro de la Torre, la de los
cordobazos, la que construyó los grandes sindicatos y los grandes
partidos obreros de principios de siglo pasado. González invita a la
articulación con una izquierda marchita, que transitó el gorilismo (e
incluso apoyó a la dictadura genocida, que hoy forma colectoras del FpV)
y también hizo de cola del nacionalismo burgués, sea militar o civil.
González convoca a la colaboración de clases: quiere además que sea con
los difuntos de esa supuesta ‘cultura’. Por esta vía es que nos promete,
curiosamente, un rico desarrollo. González, ‘please’, no te escudes más
en Gramsci: Gramsci apostaba (desde la tortura carcelaria, no desde los
pasillos de los ministerios) a los grandes derrumbes, al derrocamiento
violento del fascismo, que abrió nuevas posibilidades de la revolución
europea y mundial.
El aire fresco que introdujo el avance del Frente de Izquierda y de
los Trabajadores simplemente asfixia a los defensores ‘intelectuales’
del orden existente.
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