Son dos
Por Jorge Fontevecchia | 22/11/2013
Todo fenómeno de masas es histérico, decÃa Freud. Como si lo supiera, Cristina Kirchner
precisa erotizar continuamente a su audiencia,
con un perrito en un living haciendo mohÃnes, o en el balcón de la Casa Rosada acompañando con su cuerpo el ritmo de los cánticos de sus militantes.
No es un dato frÃvolo que el talle de ropa de Michelle Bachelet sea un
54 –cintura de 88 centÃmetros– y el de Dilma Rousseff y Angela Merkel
sea 56 –cintura de 104 centÃmetros–, mientras que el de Cristina
Kirchner sea 44 –cintura de 70 centÃmetros– (la exactitud de estos datos
proviene de dos revistas de Editorial Perfil: Labores y Look,
especializadas en moldes y costura). Y no es un dato frÃvolo porque
Merkel, Bachelet o Dilma, lÃderes nutricias, no precisan que sus cuerpos
estén sexuados, como sà resulta positivo para el populismo, en el que
la erotización de las masas de la que hablaba Freud es un componente tan
visible como el éxtasis de los jóvenes que vivaban a Cristina en la
Casa de Gobierno durante su discurso “reinaugural” tras la jura de los
nuevos ministros.
El perrito y el balcón fueron dos puestas teatrales, dos
escenificaciones donde la oralidad era menos relevante que la
ornamentación: el balcón de Eva o de Julieta; el living y el perrito de
Susana. Cada puesta con su personalidad y género, pero ambas atravesadas
por su gran invariante: la especial relación de Cristina Kirchner con
la eternidad. “Usted va a ser recordada como la presidenta de la ciencia
y la tecnologÃa”, contó desde el balcón. Recordada, historia,
juventud... Cristina siempre dialoga con el futuro y le pelea a la
finitud: “Que no les quiten en el futuro lo que nosotros conseguimos” es
su mensaje permanente. Y eligió a la juventud como vigÃa de su legado.
En su video para YouTube se identificó con Florencia, “que está detrás
de cámara”: fue su referencia continua. En el discurso del balcón estaba
rodeada de muchas Florencias, y todos eran de la generación de su hija,
elegidos como en un casting para un aviso de fin de año de Coca-Cola:
mucha sonrisa, ropas multicolores, fisonomÃas diferenciadas para dar
idea de universalidad. Como un coro de gospel, repetÃan la palabra
“gracias” a la lÃder devenida en diosa mortal.
A pesar de sus contrastes, ambas puestas en escena tuvieron una
continuidad de divismo, en un caso una deidad del espectáculo, y en la
Casa Rosada una deidad más protocolar. En ambas situaciones también
emergió algo blanco: la camisa en el living, el gris de la pollera en el
balcón.
Las “imperfecciones” de ambas puestas: jóvenes del balcón que los
guardaespaldas presidenciales corrÃan hacia atrás cuando se acercaban
demasiado, o en el “video living”, cuando Cristina Kirchner decÃa:
“Perdón, me salgo de cuadro”, eran lo que en el texto La transparencia
perdida Umberto Eco explicaba como caracterÃstico de la era de la
imagen, en la que se pone más esfuerzo en dar veracidad al acto de
enunciación para esconder la falta de veracidad del enunciado. Esas
desprolijidades que aportan veracidad al acto, al transparentar el
constructo, solapan que en realidad se trata de una ficcionalización
tÃpica de una puesta en escena.
No se trata sólo de un simulacro de espontaneidad: en el video de
YouTube también se trató de transmitir un mensaje apolÃtico por lo
intimista y hasta trivial: un cuerpo sincero donde “les habla Cristina,
no la Presidenta”. Pero estaba cargado de simbologÃas muy fácilmente
decodificables. Al principio, marcó que “esperaban que hablara por
cadena nacional pero preferà esto”, un video para redes sociales.
Tanto es la elección del medio el mensaje, que el propio Marshall
McLuhan se ironizaba a sà mismo repitiendo “el medio es el masaje”. No
es lo mismo YouTube que la cadena nacional, no es lo mismo un living que
un escritorio o un atril. Cualquiera de las últimas opciones la hubiera
obligado a hablar de las elecciones perdidas o de los cambios de
gabinete. Cada tipo de medio establece un contrato de lectura diferente
con su audiencia. YouTube le permitÃa algo más Ãntimo e informal, y fue
una astuta forma de salirse de la coyuntura poselectoral.
Igualmente, no pudo escapar a lo que el semiólogo Eliseo Verón definió
como “formas nominalizadas”, que terminan siendo autónomas del contexto
discursivo en que se introducen porque pasan a ser eslóganes (y perder
significación): “Profundizar el modelo” en el balcón; o “gracias a
todos... y a todas” en el living.
Otro elemento en común que tuvieron las dos puestas fue que Cristina
Kirchner dejó de lado, probablemente sólo por ahora, su costado fálico y
comunicó las dos veces desde una emocionalidad más femenina.
Cristina Kirchner, como todo presidente, combina el amor con el
miedo, la caricia con el látigo. El amor y la caricia para el
prodestinatario, sus adherentes, y para el paradestinatario, los
indecisos. Mientras que el miedo y el látigo los dedica a los
contradestinatarios de sus palabras, a los que fustiga y amenaza. Esta
vez erradicó el segundo registro de su discurso. Aun ante los jóvenes
que repetÃan: “Acá tenés los pibes para la liberación” o “Néstor no se
murió... la puta madre que lo parió”, la Presidenta fue mucho más
conciliadora: “Yo no tengo anteojeras”, “nos vamos a asociar con quien
haya que asociarse”. Probablemente sea más producto de un cambio
estratégico –porque su relación de fuerzas es otra– que por cuestiones
más permanentes de su personalidad que se inferirÃan de su textual:
“Cuando te pasa de todo, comenzás a mirar las cosas de otra manera”.
Cristina volvió a transmitir que se siente cómoda con la
espectacularización de la polÃtica, cuya regla prescribe que todo
presidente es un objeto a ser representado. Se maneja con soltura tanto
con la representación racional (números, atriles, granaderos) como en la
emocional de la proximidad: “Tu carta me mató”, “si a vos te dicen que
tenés algo en la cabeza...”, hablándoles tanto “a los argentinos” como
“a vos”. Pero no todo es comunicación: también existe la economÃa.
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