La verdad en caliente
El columnista de PERFIL relató lo que le ocurrió y los indicios de que no se trató de un simple ataque al voleo.
Entre otras cosas,
me robaron la única computadora que tengo y por eso estoy aquí, en medio del cierre de la redacción, como en los viejos tiempos. Dudo mucho que haya un lugar mejor en el mundo.
En la facultad me enseñaron que
los hechos son sagrados.
Aquí van, después viene la opinión que es libre. Me llamaron, para
solidarizarse y ofrecer ayuda en la investigación de lo que realmente
sucedió, especialistas de todos los palos, de los buenos y de los malos,
de izquierda y de derecha, civiles expertos y jueces federales.
Cada uno tiene su conocimiento. El saldo más relevante:
no hubo uno solo que dijera que lo que me ocurrió fue un robo al voleo, y eso que les insistí en el tema. Pero hubo conclusiones que comparto:
1) Es un
abogado que sólo defiende
malos y corruptos de todo pelaje, desde este gobierno kirchnerista y
hasta la dictadura. Nunca tomé un café con él. Pero sabe de qué habla.
“Te atacaron los que en la jerga se llaman
‘motoqueros seleccionados’. ¿Qué significa eso? Son grupos especiales que, como los barras bravas,
hacen trabajos por encargo con la modalidad dos ruedas. Muchas veces no saben ni quién los contrata. Les garantizan la zona liberada y reciben su paga.”
2) Un
juez federal indignado me
dijo: “Lo que te hicieron es una vergüenza. No hay que permitir que esto
siga porque es muy peligroso”. Me aseguró que no hay relación
costo-beneficio en lo que pasó. Cuatro tipos de casco, ropa para lluvia
negra y flamante, arriba de dos motos Enduro, tipo cross, al mediodía,
en uno de los lugares más custodiados de la Argentina, no se corresponde
con afanarle una mochila a un viejo pelado que cruza Avenida de Mayo.
Si ellos sabían que ese viejo pelado de mochila negra era yo quiere
decir que no fue al voleo.
Que alguien me marcó y les hizo oler mi sangre a los tiburones.
3) Fue apenas di tres pasos adentro de la galería
que está al lado del café Tortoni. Colas de turistas brasileños y
japoneses, con relojes y máquinas de fotos de última generación,
pretendían entrar a esa maravilla arquitectónica. Por eso siempre hay
dos policías federales con chaleco naranja al lado.
Ese día no estaban.
Los comerciantes que me conocen y vieron todo lo que pasó me dijeron
que “justo estaban de vacaciones”. Los dos juntos. En noviembre. En fin.
A dos cuadras, o menos, está el edificio que alberga a la embajada de
Israel. Hay vallas anti Quebracho-D’Elía y tres patrulleros para
custodiar semejante lugar, que es un potencial blanco terrorista. A ocho
cuadras está la Casa Rosada. El motochorro que luchó conmigo demoró
demasiado tironeando de la mochila que yo no quería largar, en un gesto
típico de locura de periodista.
En el medio del remolino, yo pensé, crean o no, en mis treinta años
de trabajo convertidos en bits. Tanto resistí que se bajó el que iba
atrás de la segunda moto. Cachiporrazo en el codo derecho, pero no
aflojé. Patada furibunda en la costilla derecha y perdí el invicto. Al
salir, sin tener los pies bien afirmados, otro cachiporrazo, de esos
cortitos con una bola en la punta, me pegó en la cabeza, pero sin
fuerza, en retirada, como diciendo: nos hiciste laburar, guacho.
4) Caminé por la galería hasta Rivadavia 835, entré a
radio Continental, como todos los días. Subí por el ascensor hasta el
tercer piso y, ante mi asombro, en las pantallas de la tele del
informativo la placa roja de Crónica decía:
“Violento asalto a Leuco”.
No podía creerlo. Yo no había tenido tiempo ni de contarle a mis
compañeros. ¿Los muchachos de Crónica escucharon la red policial con los
handies como siempre? ¿Le batió la justa un rati? ¿Cómo se enteró la
cana tan rápido que ese gordo pelado de la mochila negra era Leuco?
Veremos las filmaciones que, espero, aparezcan rápidamente.
5) Sigamos con las fuentes que más conocen de estos temas pesados.
La policía bonaerense y un importante ex jefe del ERP (Ejército
Revolucionario del Pueblo), ahora asimilado totalmente a la democracia.
Utilizaron los mismos términos y razonamiento: “Te la pusieron, te la
hicieron. Nadie se cree que fue un robo”. No fue una salidera porque no
salí de un banco. Dejé el auto en una playa privada y caminé dos
cuadras. No voy siempre en auto, en general viajo en el Metrobus.
6) Un
experto en inteligencia con
cursos en el exterior me enseñó un camino para hacer algunas conjeturas.
“Revisá en los últimos dos meses a qué personas criticaste más duro.”
“A todo el Gobierno”, le dije pelotudamente orgulloso. “Buscá en serio”,
fue casi la orden. “Y fijate quiénes tienen vinculación con algún hecho
de violencia, patota o metodologías no democráticas en la resolución de
los conflictos. Y después, pensá qué tenías realmente importante en tus
mails y en tus archivos.”
La conclusión fue inquietante. Pero nada prueba nada y no sirve ni
siquiera para una sospecha. Los motochorros especiales, o mercenarios en
moto, no tenían una camiseta con el nombre de un partido ni de una
agrupación ni me dijeron, “hijo de puta, esto es un mensaje de tal o
cual”.
Encontré que últimamente
me dediqué con especial atención a cuatro militantes K de distinto palo, dos de derecha y dos de presunta izquierda.
Todos tuvieron algo que ver con hechos violentos en el pasado mediato o inmediato. Vamos por la derecha:
Guillermo Moreno y Raúl Othacehé. Patoteros ambos.
En el Indec, el primero,
apretador de empresarios y mujeres con un amigo de Acero. El segundo podría poner una
academia con título habilitante para romper cabezas de “troskos y zurdos” o ex zurdos, como en el caso de
Martín Sabbatella,
que lo sufrió en carne propia, lo denunció varias veces, pero que ahora
tuvo una conveniente amnesia porque son aliados en las listas que
apoyan a Cristina. Datito extra: el Vasco Othacehé, amigo de la
Presidenta, me mandó una carta documento para que me rectifique, pero yo
puedo ratificar todo lo que escribí sobre él.
Los dos de presunta
izquierda son Luis D’Elía y Horacio Verbitsky.
Uno tomó una comisaría, anunció un golpe de Estado para ayer y agredió a
un cacerolero, entre otras actitudes violentas. El otro fue un jefe de
inteligencia de Montoneros y siempre tuvo relación con el mundo de los
espías. Hoy se está haciendo un festival porque ejerce de hecho una
jefatura paralela.
En este caso, hay algo más preocupante. Mis mails, que según me dijeron fueron “visitados” por personas extrañas,
tenían un intercambio con una editorial donde me comprometí a escribir una biografía no autorizada del periodista de Página/12.
En una carpeta de “Mis documentos” guardé unos “no papers” de algunas
pistas que me dieron sobre el rol de Verbitsky durante la dictadura.
¿Cómo fue que sobrevivió semejante cuadro y de ese rubro? Nunca quedó
demasiado claro y por eso se ganó el odio y algunas declaraciones de dos
integrantes de la conducción de Montoneros y de un ex canciller, no de
agentes de la CIA.
Aclaro que ya desistí de escribir el libro. No lo hice ahora por esto
que pasó. Fue hace diez días y porque no tengo tanto tiempo para
chequear rigurosamente la nueva información que está circulando. Algún
otro lo hará.
Insisto en el concepto porque no quiero acusar falsamente a nadie.
Relato hechos y hago conjeturas. Son puntas para que alguien pueda
investigar a fondo.
7) La más terrible de las últimas agresiones las
sufrí en la calle,
como espejo de las pantallas de la tele y las redes sociales. La
orquesta de celebración por la paliza y el robo sólo puede explicarse
por el odio que instalaron y que la historia les va a facturar:
“Te lo merecés. Fue poco lo que te pasó”.
El jueves a la noche, después de las placas de tórax que me tuve que
hacer para ver si tenía costillas fisuradas, a dos cuadras de mi casa en
San Telmo, un tipo me dijo en la cara:
“Por culpa de golpistas hijos de puta como vos, el país esta así”.
Me dieron ganas de ahorcarlo en la vereda. Pero seguí por última vez
los consejos políticamente correctos: “No te prestes a la provocación.
No te bajes a su altura. No respondas con la misma moneda. Vas a generar
un efecto imitación y te van a escrachar más. Vas a estar horas en
6,7,8 y es peor. Bajá la cabeza y soportá”.
El jueves lo hice por última vez. En estos diez años no me dio resultado
ocultar los hechos que me sucedieron y retroceder en silencio.
Me agreden cada vez más, pero como no lo cuento dicen que son mentiras, y si lo cuento,
como en la OEA,
dicen que soy un alarmista destituyente. No agacho más la cabeza ni me
dejo humillar para no darle pasto a las fieras. Es políticamente
incorrecto, pero es en defensa propia. Vengo del pueblo hebreo, que
debatió durante años si la mansedumbre colaboracionista reducía el
horror o lo justificaba.
8) ¿Cómo reaccionó el Gobierno? Se dividió claramente en dos grupos. Los que tienen matriz peronista
se solidarizaron y alguno me dio una gran ayuda. No los nombro porque no quiero generarles problemas con Cristina. Los
ladriprogresistas se manejaron con silencio público y fogoneo soterrado en internet.
Salvo un “tonton macoute”, un tal Barragán en Gvirtzneilandia, la
ciudad de la fantasía, cara pero secreta. Titularon “La operación
Magdalena-Leuco”. ¿Puedo ser tan boludo para hacerme pegar y robar todos
mis documentos personales, del auto y mi computadora para apoyar a
Magnetto? Te falta sopa, tonton.
9) Tengo un gran capricho que me articula. Me niego a
mentir. Me puedo equivocar, como todos. Pero nunca a sabiendas. No cobro
por hacer ni dar notas. Jamás alquilé mi opinión. Me revuelve el
estómago decir que no hay inflación, que los presos no se escapan de las
cárceles, que la inseguridad es una sensación, que Pino y el Pollo
Sobrero se dedican a quemar trenes o que Lázaro Báez no conocía a
Néstor. Ni por todo el oro del mundo.
Ni por una mochila negra con una notebook.
10) Me voy por 15 días de viaje. Ya los grupos de
tareas blogueros dicen que me asusté y que por eso rajo. Ni en pedo.
Imberbes e ignorantes, aunque no les guste, puedo probar que milité por
la democracia y los derechos humanos durante la dictadura. Con marchas
con la Multipartidaria y el gremio de prensa a Plaza de Mayo y a San
Cayetano cuando el riesgo era la desaparición, con la Asamblea
Permanente por los Derechos Humanos, con una medalla que me entregó
Estela de Carlotto aunque ahora me odie, con un retén del Ejército que
me fue a buscar a mi casa el 24 de marzo del ‘76 y no me encontró porque
había ido a tomar la facultad para enfrentar el golpe. ¿Cómo voy a
temer a los “tonton macoute” que ni siquiera eran dictadores, eran
chupamedias de los dictadores.
Volveré en dos semanas y seré millones de bits. Firmado: El pelado de la mochila negra.
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