“Néstor”, un documental indocumentado
Por Jorge Lanata para Clarín
23/11/12
Una historia se desmorona cuando no puede contarse. El relato no se puede relatar: eso muestra Néstor, the movie
, el trabajo de Paula de Luque sobre Néstor Kirchner, una extensa
sucesión de hechos donde la Biblia, el calefón, Almendra, Fidel, el
Cordobazo, los hippies, Chávez y Maradona se mezclan en un cóctel confuso que finaliza con varias decenas de militantes mirando el cielo, como en el final de ET o en la Resurrección de Cristo, da igual.
En
su serie “La Traición de las imágenes” (1928-1929), René Magritte pinta
debajo de una pipa “Esto no es una pipa”. Era, claro, la imagen de una
pipa.
“Néstor” no es una película .
“Es un aviso largo, ideal para ser difundido en Fútbol para Todos”, sintetizó Osvaldo Bazán en los micrófonos de Radio Mitre.
Pero el aviso, de cumplir su esencia, duraría más que el partido mismo.
El relato no puede relatarse porque no hay mucho que relatar. Tal vez por eso “Néstor” sea un collage deliberadamente confuso montado con discursos y muy pocos testimonios . Comienza con la frase de Martin Luther King pasada por lavandina, “Vengo a proponerles un sueño”, y se compone de una especie de kermese de referencias vinculadas sólo por la edición
por corte y la buena voluntad -la voluntad militante- de quien se
siente en la butaca: 2001, Cámpora, Fidel, Almendra, Vox Dei, el
Cordobazo, Vietnam, la asunción de Néstor, el signo de la paz en una
bandera, un cartel buscando a los asesinos de Aramburu, Spinetta,
Florencia K entrando a Casa de Gobierno, el hombre en la Luna,
Kosteki-Santillán, niños jugando en cámara lenta, cielo del sur, ruta,
ruta, ruta, ruta y Néstor que baja del cielo. El trabajo de la directora
De Luque y el guión (?) de Carlos Polimeni evitan nombrar a quienes
hablan a la cámara: es difícil saber si es una opción estética o se le
cayeron los zócalos. Si Néstor se proyecta en cualquier otro
país o su público es menor de treinta años, la mitad del trabajo resulta
incomprensible: ¿quién habla? ¿por qué lo dice? ¿dónde está? ¿en qué
año fue? ¿antes o después? ¿antes o después de qué? Si la omisión de
referencias se entiende como una opción estética, es probable que De
Luque haya intentado que todas las voces sean anónimas porque son parte
de una sola, “la voz del pueblo” , que habla sobre Néstor.
Hicimos eso hace treinta años en Radio Belgrano, cuando convocamos a los
oyentes a que, por teléfono, contaran sus recuerdos de Eva Perón. La
edición de aquel material en el que todos los que hablaban eran anónimos
pero a la vez protagonistas, intentó ser eso: la historia contada por
autor anónimo. Pero no se presentaba como un documental.
Los “anónimos” de De Luque no son tales: dicen lo que dicen pero importa quiénes son y por qué lo dicen, y Néstor no lo muestra. Son sólo voces que se pierden en el contexto como si fueran verdades reveladas cuando son solamente opiniones . Como el río en Apocalipsis Now (basado en el río de El corazón de las tinieblas
, de Joseph Conrad), el trabajo de De Luque y Polimeni está cruzado por
eternas imágenes de un travelling delante de ruta, ruta y ruta que
jamás termina ni llega a ningún lugar (¿la ruta es el tiempo, el camino o
un aviso del Automóvil Club? Es imposible saberlo).
Es difícil
construir un mito cuando quienes lo relatan no ayudan: “Nació en el año
de San Martín”, dice la mamá de Néstor, como si aquello hubiera marcado
su destino, aunque nacer aquel año le debe haber sucedido a unos cuantos
cientos de miles de argentinos. “Era travieso”, dice una señora que
parece la mamá de Cristina. “Yo era rebelde, quería usar tacos altos a
los quince”, dice Alicia Kirchner.
“Anotaba los días que estuvo detenido por la dictadura”, dice una voz. Curioso: sólo fueron dos días , según su compañero de celda, Rafa Flores. Se ve que mucho no anotó.
La
producción del “Topo” Devoto y del “Chino” Navarro costó, aseguran,
seis millones y medio de pesos: es difícil imaginar en qué se gastaron
para un trabajo basado en un noventa por ciento en archivo y en diez o
doce jornadas de cámara para lograr la misma cantidad de testimonios.
Casi tan difícil como explicar la presencia de José Luis Gioja, eterno
gobernador de San Juan, el único político que aparece en medio de una larga lista de quienes, se adivina, son familiares de El.
El relato del relato relata, en paralelo, la historia de algunos “anónimos” que fueron tocados por la varita mágica de Néstor
: el chico al que le compró un violín y llora, la chica que dejó de
vender flores en la calle, el tipo que iba a irse del país, etc. Son
protagonistas de lo que luego se convirtió en la oficina de
Documentación de la Presidencia, que el propio Néstor armó con Devoto. T
odos, hoy, cuentan cómo cambió su vida después de Néstor: todos son funcionarios del Estado
. Nadie más generoso que El con el dinero ajeno. El dinero, claro, no
está presente, ya que éste intenta ser un relato épico, pero se lo
adivina viendo las imágenes documentales de Néstor y Cristina en súper
ocho en la casita de City Bell: fue muy corto el camino que llevó al
matrimonio de la casita de material al avión privado.
Hay en “Néstor, the movie” efectos especiales: Máximo habla
. Al verlo, uno se explica por qué no lo hizo antes, ya que el don de
la palabra no le ha sido dado: treinta y cuatro años, ocupación
desconocida, sonrisa franca y bigote incipiente, Máximo se maneja con
monosílabos.
La hipótesis (?) del final es extraña: Néstor murió
de tristeza por el asesinato de Mariano Ferreyra (el Gobierno debería
llevar al cine al ministro de Trabajo Carlos Tomada, íntimo amigo de
Pedraza). Para esa secuencia, la directora eligió la “metáfora” del
sonido de un tren, que recuerda vagamente a Sueños , la película
de Akira Kurosawa en la que un tren “suena” en la cabeza de Van Gogh.
Pero así son las cosas: de ruta, ruta, ruta se pasa a vía, vía, vía,
lágrimas, multitud, velorio y protagonistas de “Néstor” mirando al cielo
(¿Esperarán que baje?).
Títulos, final. Ojalá cuando tenga que filmar Cristina, Paula de Luque, de tanto practicar, ya haya aprendido a hacer documentales.
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