La Presidenta no soporta que la realidad no le haga caso
Por Jorge Lanata para ClarÃn
29/09/12
El miércoles en Georgetown y el jueves en Harvard se produjo la
mejor respuesta a un interrogante que acosa a la Presidenta desde
noviembre de 2010, cuando dio su última conferencia de prensa: Cristina no puede responder preguntas .
Y
es curioso que esto ocurra en uno de sus momentos de mayor exposición
pública: su remedo del “Hola, Cristina”, las cadenas nacionales
permanentes, y su reformulado estilo de “comentarios de bar” más
cercanos al de una presentadora de entretenimiento que al de un
presidente electo. Pero nada de eso es responder preguntas ni, menos
aún, repreguntas que se permitan desobedecer la respuesta original.
Cristina se desmorona ante la duda : se vuelve cÃnica, se enoja,
se transforma en agresiva y pierde la compostura, deja de hablarle a
todos y se concentra en el paraavalancha.
Quizá la verdadera
Cristina sea aquella que atravesó, deliberadamente silenciosa, su
primera campaña electoral. Esta, la de los monólogos largos y
pretenciosos, se sustenta en la negación y en el desprecio al interlocutor que se permite disentir o, aunque más no sea, preguntar.
Cristina no puede responder preguntas porque no soporta que la realidad la desobedezca
. Preguntar siempre implica una desobediencia: es cuestionar al objeto,
ponerlo en duda. Preguntar es, de algún modo, irreverente con lo
establecido. Responder preguntas se transformó en estos dÃas aquà en una
cuestión de Estado: después del cacerolazo en Nueva York y la
conferencia en Washington, Harvard se presentaba como una ominosa
amenaza, al punto que la Presidenta evaluó suspender el encuentro con los estudiantes de la Escuela de Gobierno J.F. Kennedy.
Mientras Cristina descargaba su ira contra Abal Medina ( “Si no hubiera dicho lo de la clase media no pasaba esto” , dijo en el momento de las cacerolas frente al Hotel Mandarin), Timerman rompió su habitual obsecuencia para disentir: “Si no vamos a Harvard es un papelón, doctora”.
En la vertical de la escena, 54 pisos más abajo, las redes sociales ardÃan
: los comentarios se multiplicaban en Facebook y en la página de la
J.F.K., y estudiantes argentinos intercambiaban preguntas posibles en la
red. Semejante alboroto sólo habÃa sucedido este año con Sebastián
Piñera, el presidente chileno. Las autoridades de la Universidad tomaron
una distancia flemática del conflicto: como siempre, se podrá
preguntar, pero sin diálogo ni repregunta, y quienes lo hagan deben
tener movimientos rápidos. El método “First come, first serve” consiste en acercarse al micrófono primero, una especie de juego de la silla
en el que el más rápido se gana el turno y el resto hace la cola. Lo
de evitar la repregunta se funda en evitar la polémica, aunque resulta
muy conveniente para quien expone, que podrá responder cualquier cosa y
se tomará como una verdad revelada.
Cristina supo sacarle partido a esa ventaja, pero aún asà no le alcanzó a la hora de ofenderse con los estudiantes: “Chiquito…” , le dijo a uno.
“Están en Harvard, no en La Matanza”
, agregó en otro momento desde su mesa de bar, como cuando llamó
“pelado” a un ministro español o bromeó en la ONU sobre los golpes en
Estados Unidos.
“Estás acá, ¿no? ¿qué problema tenés con el dólar?” , dijo al negar la existencia del cepo cambiario.
“ ¿Y vos de dónde sos?”
, interrogó a un estudiante sanjuanino que terminó la conferencia con
lágrimas en los ojos y temeroso de una eventual reacción presidencial.
Es increÃble como se construye el miedo
. El miedo a preguntar, a decir su nombre, a dar referencias personales
planeaba por quienes cacerolearon en Nueva York y quienes preguntaron
en Boston. ¿Miedo a qué? Como siempre sucede con el miedo, no pueden
describirlo con precisión: la AFIP, la familia en Buenos Aires, miedo.
Un par de agentes de seguridad argentinos grababa a algunos de los asistentes a la conferencia con un celular, lo que desencadenó algunos incidentes . En uno de ellos intervino la policÃa local.
Las
únicas respuestas las dio, en broma, a un notero de CQC; evitó incluso a
la televisión pública y le dio vuelta la cara a una periodista caribeña
que le preguntó por las restricciones al dólar “que tienen a los
argentinos tan enojados”.
“Me la paso hablando con los periodistas”
, dijo en Georgetown, y horas después se conoció un comunicado de los
periodistas de Casa de Gobierno desmintiéndola: no pueden siquiera tener
información concreta de la agenda oficial y cada dÃa se les limita más
el movimiento fÃsico por la Rosada. Los voceros, en cambio, estaban
felices: mientras sea Cristina la que habla no les toca a ellos
interpretarla y cargar luego con las crÃticas por haberlo hecho mal.
En
Harvard, Cristina sostuvo que ningún paÃs es Disneylandia, que los
argentinos no tienen problema alguno con el dólar, que los medios la
tergiversan y que el secreto de la integración con el mundo árabe es
aceptar que algunas personas usan turbante. También intentó explicar
cómo debe ser el capitalismo en los Estados Unidos y cómo los pequeños y
escasos problemas argentinos vienen, en realidad, del exterior.
Negó los datos de su propia declaración jurada de ingresos y evitó hablar de los cacerolazos.
Seis preguntas bastante ingenuas
de seis estudiantes que ni siquiera podÃan repreguntar tuvieron en
vilo al gobierno argentino durante varios dÃas. Tal vez convenga
preguntarse dónde está la debilidad y dónde la fuerza.
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