El debut de los hijos de la pobreza estructural
Por Susana Viau
23/12/12
Julio De Vido debió haber preferido quedarse callado el jueves,
cuando criticó la marcha convocada el dÃa anterior por las centrales
opositoras. Lo hizo con una frase desdeñosa: a diferencia de este 19,
dijo, en diciembre de 2001 “no se pedÃa que se eleve el piso de
Ganancias, estaban pidiendo de comer”. Poco después estallaban los
saqueos en Bariloche y se extendÃan a Villa Gobernador Gálvez, a
Rosario, a Posadas, a Campana, a San Fernando. Con las Fiestas a la
vuelta de la esquina, De Vido habÃa invocado la tempestad. La llamó y la
tuvo. El razonamiento del ministro, sin embargo, no se apartaba un
milÃmetro de la lógica con que se maneja el kirchnerismo: preocuparse
más por castigar al adversario que por auscultar el estado de ánimo de los ciudadanos
. De haber mostrado interés por quienes en definitiva son parte
sustancial de su electorado, de haber tomado en cuenta que las cifras
del INDEC no son sino la ilusión que mantiene con vida al “modelo”,
hubiera advertido que un malestar profundo se gestaba entre los sectores
arrojados a la marginación . La desesperanzada locura del jueves y el viernes se veÃa venir
. Lo cuentan los mismos referentes de las organizaciones sociales, los
que van y vienen todos los dÃas de la miseria a la pobreza rigurosa.
Hace meses, dicen esos dirigentes, que los bolsones de comida se redujeron
en cantidad y calidad mientras que las demandas aumentaron al ritmo de
la inflación. Los mismos comedores populares que algunas de esas
organizaciones sostienen han tenido que limitar su actividad a tres dÃas
a la semana. Esos merenderos comunitarios son apenas un atajo, una
solución precaria y, por cierto, problemática. Los militantes de las
organizaciones barriales prefieren la opción de los bolsones: que cada
jefe de familia pueda comer en su casa, lo que quiera dentro del
limitadÃsimo menú y sin tener siempre sentado a su lado el estigma del
asistencialismo. ¿Qué contiene cada bolsón? Harina, yerba, arroz, tomate
en lata, corned beef, fideos de pésima calidad y, en progresiva
disminución, aceite, azúcar y leche. Sólo la Ciudad de Buenos Aires
agrega a esa dieta alimentos frescos: algo de carne, pollo, frutas o
verduras. Junto con el aceite, el azúcar y la leche –cuentan los
coordinadores del Movimiento Socialista de los Trabajadores ( MST, de
Vilma Ripoll y Alejandro Bodart) y de Barrios de Pie (de Humberto
Tumini)– se han esfumado las changas . En blanco o en negro, es
en la industria de la construcción donde más se percibe la crisis; el
desempleo se ensaña con los jóvenes y la inflación devasta a los viejos y
sus jubilaciones mÃnimas, a los precarizados y a los beneficiarios de
planes. Al descontento se ha sumado, como un ingrediente de alto poder
explosivo, la indignación. “Cuando escuchan que pueden comer con seis
pesos o que si reclaman son caranchos les hierve la sangre –explica
Ripoll–. Hay bronca, una bronca que el año pasado a estas alturas no se manifestaba
. Al contrario, se podÃa escuchar decir que “el Gobierno algo está
haciendo”. La situación ha cambiado considerablemente”. Es un listado
penoso: los planes están congelados y los de Argentina Trabaja son los
únicos que lograron un aumento porque los llevaron a 1.750 pesos. Una
lluvia de verano: quienes los perciben no tienen aguinaldo ni
vacaciones. Son una caricatura del salario. Tumini cuenta que su organización realiza un relevamiento sistemático de precios. Recorren 250 barrios y localidades sólo en el Gran Buenos Aires y “planilla en mano visitan almacén por almacén, súper por súper. Nuestro cálculo es que los productos esenciales tuvieron un aumento promedio del 30 por ciento ”. Un estudio de peso y talla llevado a cabo por ese mismo espacio sobre 2.000 niños del conurbano dejó un saldo desolador: la mayorÃa está por debajo de los parámetros establecidos para su edad . Ni qué hablar de los jóvenes y los adolescentes, los “ni-ni”, actores de primer orden en los ataques a los supermercados. Sin presente y sin futuro han elaborado, según creen tanto Tumini como Ripoll, una cultura propia. Lo único propio: una manera de vivir que los atrinchera en la marginación y abre un foso entre ellos y el resto de la sociedad . Durante las dos jornadas de saqueos ingresaron a supermercados chinos y mercaditos insignificantes, se llevaron comida, pañales, productos de limpieza. Dado que igual tenÃan que poner el cuerpo y la pena no aumenta por los rubros, también marcharon las bebidas y los electrodomésticos: los benditos plasmas, tan mencionados por la prensa y hasta por algún abogado laboralista, microondas, tostadoras, planchas y licuadoras. En fin, lo que pudieron. Y, lo más significativo, destruyeron lo que encontraban a su paso. Estaban cegados por la ira, el sentimiento que alguna vez fue definido como “ el deseo de devolver el daño ”. TenÃan cinco o diez años al asumir Néstor Kirchner el gobierno. Luego de una década, son lo que son y están como están.
Los hijos de una abrumadora pobreza estructural hacen su debut en sociedad .
Asustados por los acontecimientos de Bariloche, el viernes, de apuro, el Gobierno bonaerense y la ministra de Desarrollo Social Alicia Kirchner hicieron llover provisiones sobre La Matanza , San MartÃn, Merlo, Florencio Varela, José C. Paz.
“Eso muestra que sabÃan cuál era la razón profunda de lo que ocurrÃa . En cambio, de acuerdo a su costumbre, prefirieron echarnos la culpa a nosotros”, concluye Tumini con cierta amargura. Hasta los hombres de José Alperovich se comunicaron de urgencia con las organizaciones sociales para avisarles que recibirÃan lo que se les adeudaba y más . Por fin, los miserables y los pobres tendrÃan sus “bolsones de Navidad”: un turrón, garrapiñadas y un pan dulce.
Generosidades de una jefa de Estado exitosa . O quizás, un modo de enterrar a Papá Noel, ese perverso forastero promotor del consumo, y reemplazarlo por austeras Nochebuenas nac&pop.
Lo dijo la Presidente: es mejor creer en Los Reyes Magos.
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