La excéntrica conducta de la Presidenta
Por Susana Viau para ClarÃn
02/12/12
Cuentan los que los frecuentaron que, en vida de Néstor
Kirchner, habÃa gritos y susurros pero también visitantes en la
residencia de Olivos. Muerto el santacruceño, la casa se vació: se
terminaron los asados, las charlas en el quincho, los partidos de
fútbol. Se sabe, su viuda es hosca, solitaria, de pocos amigos .
Sin embargo hay una persona que, al parecer, sortea con frecuencia las
vallas que protegen esa intimidad. Se trata de la compañera sentimental
del secretario de Comercio Interior Guillermo Moreno y el dato circula
en el propio entorno de esa mujer de unos 70 años, la escribana Marta
Cascales, que convalidó algunos de los polémicos negocios realizados en
Venezuela por Claudio Uberti, intervino en la constitución de Meldorek
(la sociedad controlada por Sergio Schoklender) y es socia de Alessandra
Minnicelli (esposa de Julio De Vido) en Fonres, una ONG dedicada a
difundir las bondades de la responsabilidad social empresaria.
A la luz de esas informaciones será cuestión de preguntarse si es Moreno quien valida a Cascales ante la Presidente o, por el contrario, es el afecto que ésta siente por Cascales el que explica la influencia que el secretario tiene en las decisiones económicas. Por cierto, son esos mismos allegados a la notaria los que dicen haberla escuchado relatar un dramático incidente sucedido en la madrugada del 21 de noviembre, cuando sonó su teléfono y del otro lado una voz le solicitó que concurriera de inmediato a la residencia de Olivos porque su amiga, la Presidenta, se encontraba sumida en una severa crisis nerviosa . La habÃa desencadenado, le anticiparon, la noticia del fallo adverso del juez Thomas Griesa ordenando pagar el cien por ciento de lo adeudado a los bonistas que no entraron en la reestructuración de la deuda. El emisario de la mala nueva habÃa sido Carlos Zannini, quien a su vez acababa de recibir el alerta del ministro Hernán Lorenzino, a cuyo correo electrónico llegó el dictamen en inglés y –en un gesto de cortesÃa– también traducido al español.
La Presidente que, dicen, estaba a punto de retirarse a descansar se llenó de furia . Salió al parque de la quinta y, bajo la lluvia y llorando, clamó al cielo: “¿Por qué me dejaste este quilombo? ¿Qué me hiciste?”, habrÃa repetido mojada, embarrada y, según las versiones, negándose a regresar al interior de la casa. HabrÃa sido entonces que se resolvió convocar a la escribana Cascales. En efecto, la presencia de ésta en Olivos habrÃa tenido el efecto de contención afectiva que la Presidente necesitaba.
Quienes reproducen esos detalles juran repetir palabra por palabra lo que escucharon de boca de Cascales. Lo cierto es que, aunque el episodio no fuera sino el producto de alguna imaginación fosforescente, sólo una cierta inestabilidad emocional puede explicar la excéntrica conducta que exhibe en los últimos tiempos la jefa de Estado: sus deseos confesos de estar en Venecia y no en Villa Martelli; el recuerdo a los estudiantes de Harvard de que no estaban en la Universidad de La Matanza; el reiterado comentario de que debe ser la reencarnación de un gran arquitecto egipcio y de que no son sus contemporáneos sino la historia la que la juzgará; discursos en los que el ministro de EconomÃa español ha pasado a ser “el pelado este” y “cazzo” el equivalente a “nada”; que la agencia de noticias Télam , cuyos contenidos son rigurosamente vigilados, haya sido la primera en difundir la noticia de su declaración en la denuncia penal interpuesta contra periodistas de Il Corriere Della Sera , a pocos dÃas del batifondo que el kirchnerismo organizó en torno a los panelistas del programa 678 involucrados en una demanda del grupo ClarÃn ; la liviandad con que calificó de “buitres” y “caranchos” a los jubilados que reclaman ante la ANSeS la actualización de sus haberes, una audacia que no se hubiera permitido ni le hubieran perdonado a Domingo Cavallo.
Sin embargo, hay todavÃa algo peor que las salidas de madre presidenciales y es que ese clima de que todo es posible se ha transmitido a funcionarios y seguidores: al ser preguntado por el documento de los obispos, el vicepresidente Amado Boudou contestó, imitando a AnÃbal Fernández, “¿A quién le importa?” ; a su turno, el senador Fernández llama al jefe de los camioneros “Augusto Timoteo Moyano”; Andrés Larroque califica de “narcosocialista” al gobierno santafesino y el director de la Biblioteca Nacional extrae conclusiones polÃticas del rostro de Thomas Griesa.
Muy acuciado debe estar Horacio González para adentrarse con tanto entusiasmo y fervor anticolonial en el terreno de la higiene social. Por cierto, algunos de los párrafos de su artÃculo FisonomÃa de Griesa merecerÃan formar parte del Archiv fur Rassen und Gesellshaftsbiologie , la publicación que en el Munich de 1937, y para placer del Reichtag, extraÃa variadas conclusiones de las fotos de frente y perfil tomadas a hermanos gemelos o a niños gitanos. AsÃ, de la iconografÃa del magistrado neoyorquino, González deduce que la cara de Griesa “pertenece a una cultura. Aunque no necesariamente agote todas las posibilidades de la cultura norteamericana”. Ese rostro tiene para él “algo que informa que estos rasgos sumarios de una fisonomÃa pueden albergar las formulaciones más demoledoras de una cultura jurÃdica”. Luego advierte que por esa mirada “levemente irónica desfilan como luminarias inertes las antiguas guerras de conquista (…) En esa mirada lejana como ensoñada, en su vejez recalcitrante, podemos ver en Griesa (…) también la figura de un Braden”.
En un final grandioso, el director de la Biblioteca Nacional revela que “esa mejilla hundida, ese mechón a veces peinado y a veces despeinado. Sin duda habita un sarcasmo ahÃ, un supremo placer de daño que no es diferente del que presidió los momentos más oscuros de la nación norteamericana (…) en estas imágenes (las fotos) bate alas su condición depredadora”. Más cerca del nacionalismo de Hugo Wast que del de Franz Fanon, la prosa churrigueresca de González viene a descubrir el mal concentrado en las facciones de un juez de distrito. Siempre es una tentación. Ya habÃa incursionado en ese terreno José Pablo Feinman, con las facciones de Mario Eduardo Firmenich. Demencial.
A la luz de esas informaciones será cuestión de preguntarse si es Moreno quien valida a Cascales ante la Presidente o, por el contrario, es el afecto que ésta siente por Cascales el que explica la influencia que el secretario tiene en las decisiones económicas. Por cierto, son esos mismos allegados a la notaria los que dicen haberla escuchado relatar un dramático incidente sucedido en la madrugada del 21 de noviembre, cuando sonó su teléfono y del otro lado una voz le solicitó que concurriera de inmediato a la residencia de Olivos porque su amiga, la Presidenta, se encontraba sumida en una severa crisis nerviosa . La habÃa desencadenado, le anticiparon, la noticia del fallo adverso del juez Thomas Griesa ordenando pagar el cien por ciento de lo adeudado a los bonistas que no entraron en la reestructuración de la deuda. El emisario de la mala nueva habÃa sido Carlos Zannini, quien a su vez acababa de recibir el alerta del ministro Hernán Lorenzino, a cuyo correo electrónico llegó el dictamen en inglés y –en un gesto de cortesÃa– también traducido al español.
La Presidente que, dicen, estaba a punto de retirarse a descansar se llenó de furia . Salió al parque de la quinta y, bajo la lluvia y llorando, clamó al cielo: “¿Por qué me dejaste este quilombo? ¿Qué me hiciste?”, habrÃa repetido mojada, embarrada y, según las versiones, negándose a regresar al interior de la casa. HabrÃa sido entonces que se resolvió convocar a la escribana Cascales. En efecto, la presencia de ésta en Olivos habrÃa tenido el efecto de contención afectiva que la Presidente necesitaba.
Quienes reproducen esos detalles juran repetir palabra por palabra lo que escucharon de boca de Cascales. Lo cierto es que, aunque el episodio no fuera sino el producto de alguna imaginación fosforescente, sólo una cierta inestabilidad emocional puede explicar la excéntrica conducta que exhibe en los últimos tiempos la jefa de Estado: sus deseos confesos de estar en Venecia y no en Villa Martelli; el recuerdo a los estudiantes de Harvard de que no estaban en la Universidad de La Matanza; el reiterado comentario de que debe ser la reencarnación de un gran arquitecto egipcio y de que no son sus contemporáneos sino la historia la que la juzgará; discursos en los que el ministro de EconomÃa español ha pasado a ser “el pelado este” y “cazzo” el equivalente a “nada”; que la agencia de noticias Télam , cuyos contenidos son rigurosamente vigilados, haya sido la primera en difundir la noticia de su declaración en la denuncia penal interpuesta contra periodistas de Il Corriere Della Sera , a pocos dÃas del batifondo que el kirchnerismo organizó en torno a los panelistas del programa 678 involucrados en una demanda del grupo ClarÃn ; la liviandad con que calificó de “buitres” y “caranchos” a los jubilados que reclaman ante la ANSeS la actualización de sus haberes, una audacia que no se hubiera permitido ni le hubieran perdonado a Domingo Cavallo.
Sin embargo, hay todavÃa algo peor que las salidas de madre presidenciales y es que ese clima de que todo es posible se ha transmitido a funcionarios y seguidores: al ser preguntado por el documento de los obispos, el vicepresidente Amado Boudou contestó, imitando a AnÃbal Fernández, “¿A quién le importa?” ; a su turno, el senador Fernández llama al jefe de los camioneros “Augusto Timoteo Moyano”; Andrés Larroque califica de “narcosocialista” al gobierno santafesino y el director de la Biblioteca Nacional extrae conclusiones polÃticas del rostro de Thomas Griesa.
Muy acuciado debe estar Horacio González para adentrarse con tanto entusiasmo y fervor anticolonial en el terreno de la higiene social. Por cierto, algunos de los párrafos de su artÃculo FisonomÃa de Griesa merecerÃan formar parte del Archiv fur Rassen und Gesellshaftsbiologie , la publicación que en el Munich de 1937, y para placer del Reichtag, extraÃa variadas conclusiones de las fotos de frente y perfil tomadas a hermanos gemelos o a niños gitanos. AsÃ, de la iconografÃa del magistrado neoyorquino, González deduce que la cara de Griesa “pertenece a una cultura. Aunque no necesariamente agote todas las posibilidades de la cultura norteamericana”. Ese rostro tiene para él “algo que informa que estos rasgos sumarios de una fisonomÃa pueden albergar las formulaciones más demoledoras de una cultura jurÃdica”. Luego advierte que por esa mirada “levemente irónica desfilan como luminarias inertes las antiguas guerras de conquista (…) En esa mirada lejana como ensoñada, en su vejez recalcitrante, podemos ver en Griesa (…) también la figura de un Braden”.
En un final grandioso, el director de la Biblioteca Nacional revela que “esa mejilla hundida, ese mechón a veces peinado y a veces despeinado. Sin duda habita un sarcasmo ahÃ, un supremo placer de daño que no es diferente del que presidió los momentos más oscuros de la nación norteamericana (…) en estas imágenes (las fotos) bate alas su condición depredadora”. Más cerca del nacionalismo de Hugo Wast que del de Franz Fanon, la prosa churrigueresca de González viene a descubrir el mal concentrado en las facciones de un juez de distrito. Siempre es una tentación. Ya habÃa incursionado en ese terreno José Pablo Feinman, con las facciones de Mario Eduardo Firmenich. Demencial.
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