Las cárceles argentinas también son un relato


Las cárceles argentinas también son un relato
Por Jorge Lanata







29/03/14
El martes pasado se fugó de la cárcel de La Plata uno de los condenados por el crimen del ingeniero Barrenechea, ocurrido en 2008 en San Isidro: Daniel Orlando Danese Benítez –según las autoridades– “dobló los barrotes de su celda” y colgó sábanas desde un extremo del muro perimetral para ganar la calle. Lo de doblar los barrotes de la celda, debe reconocerse, fue creativo. Unos días antes, el 16 de marzo, cinco presos se fugaron de la comisaría 2da de Santiago del Estero tras romper los techos de los calabozos. La semana anterior se habían fugado otros dos presos, pero de la comisaría 9a. El 8 de marzo cuatro presos se fugaron de la Unidad de Detención XI de Neuquén luego de realizar un boquete en el suelo de una celda desocupada. El 6 de marzo se fugaron dos presos en la Unidad 26 del Complejo Penitenciario Lisandro Olmos, luego de una pelea en la que unos veinte presos intentaron cortar los alambres; tres meses antes, en el mismo penal, se habían fugado otros dos presos a los que esperaba un remís.
El 26 de febrero seis presos se fugaron del pabellón 145 de la Unidad Penal XIII de Junín limando los barrotes de las ventanas para acceder a un patio interno y luego cortar el alambrado. El 19 de enero dos presos se fugaron del Penal III de Bariloche, sólo saltando el muro. El 16, diez presos se escaparon de una comisaría en La Tablada rompiendo una puerta.
El 10 de enero, un preso que trabajaba en la granja de la cárcel se escapó de la Unidad Penitenciaria de La Rioja.
El 4 de enero, cuatro presos alojados en la alcaidía de la ciudad de Vera se fugaron a través de la ventana del baño. Ya suman diez los reclusos que escaparon de penales de Santa Fe en lo que va del año. El 1° de enero seis reclusos de la cárcel de Coronda se escaparon después de pasar con los torsos desnudos y enjabonados por un ducto de aire acondicionado.
Yo mismo escuché el viernes pasado, en Rosario, a un preso con salidas transitorias: –“ ¿A qué hora tenés que volver?
”, le pregunté.
– “No, muchas veces no vuelvo. Según lo que tenga que hacer”.
En el devenir de la conversación dijo algo todavía peor: “Al juzgado lo manejamos nosotros”.
“El 99% de las fugas están pagadas”, le dice a Clarín el secretario de Ejecución Penal de la Defensoría General de San Martín, Juan Manuel Casolati. Hoy creer que se fugan limando barrotes es casi infantil. No hay ninguna unidad, ninguna comisaría que tenga barrotes al aire del exterior, sino que hay otros sistemas mucho más seguros respecto a esto. Y todas las fugas se pagan. Y en muchas se dirimen internas entre los penitenciarios.
“Naturalmente la cárcel es segura”, dice Francisco Mugnolo, procurador penitenciario de la Nación. En la mayoría de los casos la gente se escapa con ayuda de alguien, la mayoría de los casos no se explican si no es con la complicidad de los agentes penitenciarios. El sistema de custodia se ha rajado por corrupción.
El líder de la toma de rehenes de noviembre del año pasado en Tortuguitas, Marcelo Ameijeiras, se había escapado en septiembre de una comisaría de Moreno. Tenía una condena a prisión perpetua por asesinato, “Ameijeiras es un producto típico de la prisión”, asegura el periodista de Canal 13 Ricardo Canaletti. “Se ha escapado nueve veces, todas ellas en connivencia con los guardias. En el año 2010 estaba en la Unidad 48 de José León Suárez, tenía como trabajo ir a cuidar un parque que estaba fuera de la cárcel. Fue a cuidar el parque una vez, dos veces, hasta que se escapó. Lo recapturaron y terminó en la primera de Moreno. ¿Cómo hace un preso para estar en una comisaría y no en la prisión? Misterio: estaba en la comisaría de Moreno cuando él y otros cuatro hicieron una vaquita y le pagaron cinco mil pesos a un policía de apellido Pinto que ahora está preso. Pinto les permitió limar los barrotes y cuando ellos se cansaban iba el policía a limar, porque estaba apurado por tener los cinco mil pesos”.
“Si alguien quiere tener una mujer, pagan por ella”, sigue Canaletti. “Si quiere salir a robar para él y para los guardias también paga; nunca se permite salir a robar solamente para el preso. ¿Quiénes aceptan estas condiciones? Aquellos a los que su familia no les puede pagar una mejor estadía. Si uno no tiene dinero puede pasarla realmente mal”.
“Un celular en la cárcel cuesta 500 pesos”, le comenta a Clarín el ex detenido David Nievas. “Una botella de alcohol debe valer 200. Cuando uno ingresa al penal tiene una audiencia con el jefe, el director o el subdirector y esa persona lo manda a cualquier pabellón, a buzones o lo confina y le hace la propuesta: si querés estar bien, te vendo un lugar que vale diez lucas. No está bien del todo, pero son condiciones por lo menos con algo de tranquilidad. El mismo director pone una persona específica para la venta de droga, cuesta de 300 a 500 pesos. Para conseguirla voy, hablo con el encargado, le doy la guita y ellos me la traen en la próxima guardia. Muchas veces las drogas se entregan disueltas en crema o shampoo”. Después de tomarse un frasco de shampoo en el que no pueden saber la dosis que tomaron, se ponen fuera de sí, no reconocen a la persona que estuvo comiendo cinco años al lado de ellos en la cárcel y se matan entre ellos o se suicidan.
Los casos de torturas y malos tratos han ido subiendo desde 2008, cuando fueron 113, a 846 el año pasado (según la documentación de la Procuración Penitenciaria de la Nación). Sólo el año pasado se presentaron 136 denuncias por torturas, lo que representa un incremento del 74% respecto al año anterior. A diciembre de 2012, en la Argentina había 62.263 presos federales y provinciales, de los cuales sólo un 48% tiene condena; el 95% son hombres y sólo el cinco por ciento mujeres, el 7% del total terminó el secundario y casi la mitad no tenían ningún oficio antes de ser detenidos. La mitad reinciden.
Investigación: JL / María Eugenia Duffard / Amelia Cole.

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