Percepciones RDP

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 Se trata de una cuestión geográfica. Desde hace ya varios años, las ideas, las opiniones, tienen valor depende del lugar desde el que se hagan. El contenido ya no importa, lo único que cuenta es quién dice qué, a cuál espacio pertenece. En estos parámetros, la Presi no marca ninguna diferencia con el resto y se comporta como líder espiritual de quienes usan archivos con beneficio de inventario, esos ejemplares que más de una vez nos hemos cruzado y que se reconocen por la facilidad que tienen para intentar refutar nuestras ideas y que, al tercer argumento fallido -hay casos, incluso, que con el primero basta- pasan al insulto desacreditador y a la acusación confusa de afiliaciones políticas presuntamente delictivas en sus locas cabecitas.

El lunes, desde los estudios del canal rosado en Balcarce 50, la Presi montó otra de sus presentaciones mediáticas -y van- para presentar la segunda etapa del Plan Nacer. Entonces recordó que el primer atendido del plan, se dio en la provincia de Tucumán. "Porque las cosas hay que decirlas y contarlas, pero una cosa es contar y decir y otra cosa es exhibir y enrostrar morbosamente", dijo enojada la Presi, en plan de matar al mensajero. Más allá de que en los primeros tiempos del gobierno de Néstor, Página/12 también exhibía "morbosamente" estas cuestiones, la preocupación presidencial ya no pasa por las estadísticas en materia de desnutrición, dado que la doctrina impulsada por el ministro Manzur lo solucionó al estilo Indec, sino porque haya contreras que se empecinen en contradecir esas estadísticas. Algunos hacen investigaciones periodísticas. Otros, mucho más tendenciosos, golpistas y desestabilizadores, son capaces de morir de hambre con tal de pegarle al gobierno nacional y popular.

Cris tambió dio una muestra de lo fácil que resultar distorcionar la propia percepción de un acontecimiento gracias a no estar al tanto de nada. Al decir que Néstor estaba muy conmocionado al contarle que ya habían agarrado a los responsables del asesinato de Mariano Ferreyra, es más que probable que tuviera razón. Al igual que cuando cita al mudo de su hijo con eso de que "fue una bala que rozó el corazón de Néstor." Independientemente de haberse cagado en la memoria de un pibe que falleció al protestar por la injusticia de una legislación laboral absolutamente modificable para el gobierno, la Presi interpretó que Néstor estaba conmovido porque habían ubicado a los autores. A la luz de los acontecimientos posteriores, suponemos que estaba conmovido, de la construcción verbal "se me frunció el totó", en virtud de la cercanía del gremialista acusado con el gobierno nacional y, cuando no, la foto de Boudou con el presunto asesino.

Probablemente, Cristina haya sido sincera en su recuerdo, después de todo, la memoria se llena de las imágenes que nosotros mismos nos construimos de situaciones vividas. En todo caso, esta afirmación demuestra que nunca tuvo la más puta idea de quiénes eran y son los verdaderos resortes de poder detrás del poder. Esto, sumado a su necesidad patológica de hablar mucho, la llevan a decir cierres como "Néstor era una locomotora", justo al hablar de este temita.

La necesidad de comunicar permanentemente es confundida con acción de gobierno. La gestión se convierte, entonces, en hablar mucho, rápido y al pedo. Esto, obviamente, genera perlitas como la siguiente:

«¿Vos de dónde venís, Coqui? ¿Vos sos morocho, pero no sos de pueblo originario? Este es morochón y parece medio indígena, pero no se engañen, eh, este viene de Europa, de la Europa media xenofóbica. La mayoría de los europeos son xenofóbicos.» Después quiso arreglarla y afirmó que no quiso decir que todos los europeos sean xenofóbicos sino que a la inmensa mayoría "no les gustan los morochos" y hasta agregó que tiene un amigo boliviano. Ídola de la vida. Podría decirse que rompió su propia marca de la semana anterior, cuando afirmó que su gestión hace cosas porque "no es un gobierno mongo".

Todo se da dentro de los parámetros conceptuales de cada uno y la Presi no escapa a esta regla. Si partimos de la premisa básica de que todos escuchamos lo que queremos escuchar y vemos lo que queremos ver, la batalla mediática por el control de quién tiene la razón tiene un resultado de empate de antemano. En la actualidad, y dentro del profesionalismo, podríamos decir que las dos facciones están encarnadas por tipos que hicieron lo que jamás nos imaginamos que podrían haber hecho: Diego Gvirtz laburando para el Gobierno y Jorge Lanata para el Grupo Clarín.

Un error común que cometen los comunicadores informales –cualquiera que exprese su opinión de algún modo medianamente público, sea en la cola del banco o en Twitter- tanto opositores como oficialistas, es suponer que el aparato Gvirtz-Szpolski, o el tanque comandado por Lanata, están cambiando las cosas por efectuar las denuncias que hacen, o por mostrar los archivos que exhiben. Esto sólo sirve para arengar y/o indignar aún más a quien lo ve. Es tan básico que hasta se puede comprobar con ver los comentarios en cualquiera de las entradas de este blog: algunos con excelentes argumentos defienden sus posturas a rajatabla, los que coinciden conmigo me leen porque sienten algo de empatía, los que no, lo hacen para indignarse, reírse, putearme, para saber qué está pensando el enemigo, etcétera. Sin embargo, a ninguno le cambié la opinión. El acto de crear consciencia sólo puede darse cuando el receptor de la información no tiene opinión formada y asimilada sobre determinado tema, y tendrá éxito si la info se encuentra en sintonía con sus valores morales –lo vivido y lo mamado desde la infancia. Si estos valores se condicen en cierta medida con lo que percibe del comunicador, la información se procesa y se asimila en cierta medida, pero nadie puede modificar una opinión ya formada. Ni yo podré convencer jamás a un hincha de River para que se haga bostero –y la pase mejor- ni el Cuervo Larroque podrá convencerme de que vaya a militar con La Cámpora. Es algo tan básico que no es necesario ahondar mucho más. Por eso es que ni Gvirtz, ni Victor Hugo, ni Tognetti se la mandan a guardar a la opo, ni Lanata se la mete en seco al Gobierno: los que se sienten afectados, los putean por vendidos y funcionales, los que se sienten identificados no vieron nada que los afirme aún más en su posición de desprecio al oficialismo. Y los que no cazan una de política, no los ven.

Ejemplos sobran. Algunos se indignaron y/o cagaron de risa cuando escucharon que la Presi nos colocó en un grupo que conforma la quinta potencia económica del mundo. Otros organizan charlas debate en la Universidad y hasta suman el tema como punto a tratar en la reunión de consorcio, con el objeto de analizar qué tan altos están en la escala de felicidad, siendo “Diana Conti con Ley Seca” el mínimo y "Boudou luego de la expropiación de Ciccone" el máximo aspirable de alegría. En ambos casos, todos los actores tienen su opinión formada, y el que no, difícilmente escape de sus valores a la hora de procesarlo. Y este es uno de los mayores errores que cometen los medios oficialistas y opositores: suponer que el otro le lava la cabeza a la gente. Los medios pueden imponer agenda, pueden decirnos qué pensar, pero nunca podrán decirnos cómo hacerlo.

Todo es una cuestión de apreciación y no hay mejor ejemplo que la oleada revisionista de los últimos años, la cual se dividió entre los que instalaron a la década del setenta como el edén al que debemos aspirar, y los que la plantearon como una década estúpidamente perdida. Algunos vieron al tercer gobierno del Yeneral como una forma de darle un boleo en el ocote a la juventud desbocada que creyó entender que ese tipo empomazurdos de los ´50 evolucionaría en la patria socialista, y lo odian por ello. Otros pensamos lo mismo y, precisamente por eso, lo amamos. Ni Pigna me pudo convertir al evitismo, ni el Tata Yofre logró rehabilitar a un zurdo. Y los que no tenían mucha idea de la temática -o se les olvidó porque estaban en otra- se alinearon atrás de cada línea argumental en base a sus propios valores para la vida.

Discutir no es al pedo. Pretender convencer al ya convencido, sí. No hay bala que le entre a quien está enamorado, y el que es oficialista convencido, está enamorado de la trola del barrio: reseteó el contador a cero y, para él, no tiene pasado. Por eso no les importan ni las fotos, ni los videos, ni las declaraciones de quienes saben qué hicieron todos y cada uno de quienes representan al gobierno. Discutir para perfeccionar el argumento, para pulir las ideas o, sencillamente, para hacer catarsis, es otra cosa. Es básico plantearse de antemano qué es lo que se busca al hablar sobre estos temas. Si la intención es hacerse la fiesta pegándole al otro, está todo piola, gato. Si en cambio se busca captar adeptos para la causa, el blanco no es el que piensa distinto, sino el indeciso, el que no sabe bien qué onda, y lo que pasa en el país le importa lo suficiente como para tantear qué puede pintar, el que no sabe lo que quiere, pero sí tiene bien en claro qué es lo que no quiere. Este tipo, generalmente, está asustado, cansado de las peleas o las dos cosas juntas y le va a escapar al más agresivo, viendo al otro como el mal menor. El indeciso es como el benjamín de un matrimonio que se está divorciando: necesita que al menos una de las dos partes haga las cosas como corresponde. Si en cambio ve que los padres se agreden de un modo más infantil que el que percibe en los recreos de su escuela, es más que probable que elija quedarse con el que le regala alguna boludez de vez en cuando.

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